Me comprometí por Facebook a subir algo hoy mismo (aunque en realidad eso lo dije ayer, pues ya pasa de medianoche). Cuestiones de trabajo y ocio (este último muy sagrado para mí) no me dejaron. Soy una multitareas ahora (antes decíamos "milusos", pero bendita tecnología nos lo suple por un término que suena muy acá: multitasking), a mis anteriores labores de niñera de sobrinos abandonados por sus madres desnaturalizadas, enfermera-cuidadora de mamibichas tercas y malcriadas, guisadora oficial de la casa, televidente de doble jornada y escritora de blogs abandonados (sobretodo por los lectores), se le suman labores de comiuniti manayer, socialmedia manayer y socialmedia estrateyist (todo por el sueldo de uno), aparte de componedora de platos rotos por toditos los demás, salvadora de hogares ajenos, coach life de vidas ajenas y lo suficientemente descompuestas como para que mis consejos sacados del horóscopo de Cosmopolitan sean útiles y valorados.
(Además tengo dos medios novios que me acosan de vez en cuando, con un poco de desgano y sin mucho entusiasmo... pero que ay´stán nomás enchinchando, estoicos y resignados a mis tiempos y malhumores)
En fin, que no tengo mucho chance, y cuando lo tengo, no tengo disciplina.
Quería escribir algo sobre la Independencia, pero mejor no, no puedo contar todo lo que sé y eso me frustra mucho, con este blog yo quería hacer algo de periodismo ciudadano pero las verdades que ahora sé no pueden ser publicadas así como así, pero de verdad he perdido algo de interés en defender este país y su historia, su cultura y su gente, todo es tan terriblemente injusto y doloroso, tan inútil y tan riesgoso, admiro a los verdaderos periodistas que respetan su profesión con el rigor y la valentía que se necesita, pero no me siento capaz de emularlos, y ya hasta casi disculpo a los que se venden y se traicionan a sí mismos porque ahora sé que el miedo discapacita y vence, nos vuelve egoístas y prudentes, demasiado prudentes...
...y también sé lo que se paga eso con falta de sueño y culpa, con vergüenza y autorreproche, con autoconmiseración... siento lástima de mí y siento una necesidad de disculparme, quizá por eso estas líneas, y quizá por eso todo este silencio.
Me duele México, me duele este país. Me duelen esas carpas en el Zócalo, esos pasos dando vueltas sobre sí mismos, en vano, exigiendo en vano justicia y paz, respeto, comprensión. Piden pan, no les dan. Piden solidaridad, no les dan. Piden queso, les dan hueso. Piden diálogo, les dan represión. Piden honestidad, les dan traición. Piden empatía, les dan desprecio. Y me siento con ellos a llorar.
No es verdad, no me siento con ellos. No voy con ellos porque yo no estoy de acuerdo con sus métodos. Desde hace muchos años no estoy de acuerdo con las marchas, las siento inútiles, dispersas, fáciles de manipular y tergiversar. Y desde el de Reforma estoy en franca contra de los bloqueos, me parece el método menos inteligente y justo, porque provoca un malestar y una daño colateral justo en las personas que el movimiento necesita atraer a su causa. Y menos aún estoy de acuerdo con el radicalismo, aunque sé lo difícil que es separarlo de la congruencia cuando uno adopta una causa. A mí me pasó.
Me tocó vivir desde un punto muy cercano e interno un movimiento radical tras los ataques de Aguas Blancas, hace casi veinte años. Y lo vi convertirse en una espiral de violencia que culminó en un movimiento armado. Con pérdidas humanas muy cercanas.
Pérdidas humanas inútiles, pues nada se logró solucionar... pero todavía seguía creyendo en la búsqueda de justicia, en el compromiso social. En la humanidad.
Ahora ya no. Ahora me toca ver de cerca la descomposición y la degradación de la naturaleza humana y de nuestra naturaleza social. Ya no me queda esperanza. Ya sólo me queda el miedo.
Miedo a estar a merced de ellos... y miedo a volverme uno de ellos.
Me duele cada llanto, cada quejido, cada mirada ausente. Cada silencio. Cada grito.
Me duelen los pies descalzos de la niña que ayer se acercó a pedirme una ayuda, extendiendo un rectángulo de papel que contaba su historia de injusticia. Un papel que sólo yo tomé, nadie más se interesó en entender qué la había llevado ahí, junto a su madre que parecía su hermana, de tan joven y menuda, pero que cargaba ya a otra niña en su rebozo y arrastraba a una más. Y yo sólo tenía un peso en la bolsa. Y la desesperanza de que la injusticia narrada en ese rectángulo de papel se resolviera.
Así cada paso. Cada historia de pobreza, de dolor y de injusticia me duelen. Me hacen sentir inútil y culpable. Casi cómplice. Porque no hago nada y porque no sé qué podría hacer.
Porque también la estupidez me duele. La mía y la de todos los demás. Toda esa estupidez mezclada con odio, con soberbia idiota. Con miedo. Con miedo al otro. Al diferente, al igual.. a ese igual del que se busca diferenciar.