Para Max.
Fatuos e inocuos, luengos y tediosos me parecen mis días vacíos de ti. Impregnados de ceniza, de gris desasosiego;
como cuando el único indicio de tu presencia eran las colillas de tus cigarros en el cenicero.
Y ese aire enrarecido y viciado, espeso y denso como el dolor; como tu inconmesurable soledad.
Casi siempre te veía a través del humo que exhalabas con naturalidad, como si desde siempre hubieras transformado el oxígeno en ese hálito blancuzco
que servía de cortina a tus singulares ojos claros;
para no ver lo evidente, para seguir ocultándote a la realidad.
Nunca alcancé a tu mente; no pude seguirle el paso ni desenmarañar su orden de ambiguas ideas. Me contentaba con saltar para atraparlas de una en una y hacer una reinterpretación del concepto,
del sentido general.
Es el precio de ser genio, quizás, ser incomprendido; que no lograras bajar al nivel de tu interlocutor para hacerte entender y que nadie pueda nunca escalar hasta el tuyo.
Tampoco nos lo hacías fácil.
Además de la autopista mental en que viajas, está tu carácter volátil que se dispara de la euforia a la abismal depresión.
Reías un segundo antes de que se desbordaran las sempiternas lágrimas azules que tienes por ojos, atravesabas bailando las calles, gritabas opacando la música de antros aledaños, especulabas con tu generosidad y flotabas sobre nubes etílicas y alucinógenas.
Y amabas. Y sufrías. Y te desgarrabas con la intensidad de tus propios excesos.
Consumiéndote a ti mismo como tu cigarrillo agonizante en el cenicero,
dejando escapar la calma, igual que el humo que se desprendía como la danza trémula de un espíritu en fuga.
No pensé que me afectaría tanto tu lejanía. Incluso habría sido capaz de asegurar que sentiría alivio.
Esa presión por sentirme constantemente evaluada,
por cuidar cada palabra dicha, por someter al escrutinio analítico cada frase, cada imagen, cada inflexión en la voz; por forzarme a escucharte, a tolerarte, a respetarte, a respirarte aunque ello me indujera a violentos tosidos y asfixiantes cefaleas.
Esa demasíada tensión por el vano intento de emparejarme contigo,
de pensar como tú, de buscar soluciones para ti.
Me amanece y me anochece con esta eterna duda de cómo estarás, con la tristeza de adivinar tu tristeza, con el lamento de no poder ayudarte; con las ganas locas, borrachas, alienadas de escuchar tu voz por el teléfono diciendo todas esas ideas disparatadas, ilógicas, incoherentes, difusas, preocupantes.
Eso es lo que más extraño. Preocuparme por ti.
Tal vez mi mayor lamento es comprobar, con el paso de los días, la contundente ralidad de que no me necesitas.
Me ofende que no me llames. Me incomoda y me duele.
Y lo que más me duele es que,
cuando me aparté al sentirme rebasada por una neurosis a veces disfrazada de paranoia, de esquizofrenia y, por un breve instante, de psicosis,
respetaras mi decisión.
Porque ¿sabes?, te creí. Realmente te creí cuando decías que te era útil, necesaria y casi indispensable. Que no me ibas a dejar ir.
Minuto a minuto compruebo que no es así, al tiempo que, irónicamente, confirmo que me cansa el aire limpio y la apacible estabilidad que ahora me rodea;
y que se me antoja tan entrañable tu tóxica, nociva, complicada, insana e inconveniente compañía
como el humo que me arrojabas a la cara.
como cuando el único indicio de tu presencia eran las colillas de tus cigarros en el cenicero.
Y ese aire enrarecido y viciado, espeso y denso como el dolor; como tu inconmesurable soledad.
Casi siempre te veía a través del humo que exhalabas con naturalidad, como si desde siempre hubieras transformado el oxígeno en ese hálito blancuzco
que servía de cortina a tus singulares ojos claros;
para no ver lo evidente, para seguir ocultándote a la realidad.
Nunca alcancé a tu mente; no pude seguirle el paso ni desenmarañar su orden de ambiguas ideas. Me contentaba con saltar para atraparlas de una en una y hacer una reinterpretación del concepto,
del sentido general.
Es el precio de ser genio, quizás, ser incomprendido; que no lograras bajar al nivel de tu interlocutor para hacerte entender y que nadie pueda nunca escalar hasta el tuyo.
Tampoco nos lo hacías fácil.
Además de la autopista mental en que viajas, está tu carácter volátil que se dispara de la euforia a la abismal depresión.
Reías un segundo antes de que se desbordaran las sempiternas lágrimas azules que tienes por ojos, atravesabas bailando las calles, gritabas opacando la música de antros aledaños, especulabas con tu generosidad y flotabas sobre nubes etílicas y alucinógenas.
Y amabas. Y sufrías. Y te desgarrabas con la intensidad de tus propios excesos.
Consumiéndote a ti mismo como tu cigarrillo agonizante en el cenicero,
dejando escapar la calma, igual que el humo que se desprendía como la danza trémula de un espíritu en fuga.
No pensé que me afectaría tanto tu lejanía. Incluso habría sido capaz de asegurar que sentiría alivio.
Esa presión por sentirme constantemente evaluada,
por cuidar cada palabra dicha, por someter al escrutinio analítico cada frase, cada imagen, cada inflexión en la voz; por forzarme a escucharte, a tolerarte, a respetarte, a respirarte aunque ello me indujera a violentos tosidos y asfixiantes cefaleas.
Esa demasíada tensión por el vano intento de emparejarme contigo,
de pensar como tú, de buscar soluciones para ti.
Pensé que sentiría alivio.
Pero no.Me amanece y me anochece con esta eterna duda de cómo estarás, con la tristeza de adivinar tu tristeza, con el lamento de no poder ayudarte; con las ganas locas, borrachas, alienadas de escuchar tu voz por el teléfono diciendo todas esas ideas disparatadas, ilógicas, incoherentes, difusas, preocupantes.
Eso es lo que más extraño. Preocuparme por ti.
Tal vez mi mayor lamento es comprobar, con el paso de los días, la contundente ralidad de que no me necesitas.
Debiera causarme alivio,
pero no es así.Me ofende que no me llames. Me incomoda y me duele.
Y lo que más me duele es que,
cuando me aparté al sentirme rebasada por una neurosis a veces disfrazada de paranoia, de esquizofrenia y, por un breve instante, de psicosis,
respetaras mi decisión.
Porque ¿sabes?, te creí. Realmente te creí cuando decías que te era útil, necesaria y casi indispensable. Que no me ibas a dejar ir.
Minuto a minuto compruebo que no es así, al tiempo que, irónicamente, confirmo que me cansa el aire limpio y la apacible estabilidad que ahora me rodea;
y que se me antoja tan entrañable tu tóxica, nociva, complicada, insana e inconveniente compañía
como el humo que me arrojabas a la cara.
-- malbi, es como la rola: me siento bien pero me siento mal. Me parece que todos deveriamos ser un poco mas edipicos, yo siempre lo he hecho y se siente tan bien, asifixiarlo hasta que todo el oxigeno de este planeta sea tuyo. Lo dificil es perder un amor, eso si te consume, un bechote apapachador!
ResponderBorrarseee
ResponderBorrarel desamor desarma
gracias por el apapacho :)
iba a comentar, pero ya me enojé....
ResponderBorrarjajajajaja
Maldito humo de cigarro. Malditas cenizas. Malditos "genios"
:S
me no comprrrende
ResponderBorrarQuerida Malbichito
ResponderBorrarAlguna vez sentí eso, así que te entiendo. esa ambivalencia de saber que ha sido mejor el distanciamiento; pero al mismo tiempo, extrañar a ese alguien, cuya presencia nos demandaba tanto y nos dejaba siempre una sensación de exigüidad.
Te dejo un fuerte abrazo
gracias marichuy, eres un sol
ResponderBorrartendría que aclararles que este texto no es reciente y que no es una situación que esté viviendo actualmente (sí la viví, eso sí); necesitaba ponerlo en el blog, alguna vez se publicó en otra página pero la administradora decidió quitarlo y quedó flotando en la blogósfera a la deriva
hay otra razón: la malbicho es (hoy) una cucaracha feliz, y por alguna razón este texto tuvo que ver con que este día llegara
no pensé que se pudiera interpretar que escribí de una situación actual (padezco de lógica miope), pero me ha encantado sentirme apapachada, de verdad se los agradezco mucho
donde hubo fuego....calentaron la comida!
ResponderBorrarlas relaciones son ingratas y es raro cuando nos tratan de apapchar como deseariamos serlo,de desamores esta llenas las almas, a veces las contamos , otras no, cada quien sabe lo que carga en su morral.
Lo mas importante es aprender de esos "tropiezos" y evitarlos en el futuro, aprendamos a reconocer en el momento que somos felices y hacerselos saber a esas personas que nos ayudan a conseguirlo, saludos mi malbi.
mi payaxo, justo en esta entrada anhelaba ver un comentario tuyo, que acostumbras a apapacharme siempre
ResponderBorrarun abrazo intenso
Hasta hoy que volviste poner esta liga es que leo este pasaje de tu vida...
ResponderBorrarMe encantó!!! Bueeeeeno, no me gustó que te sintieras mal, sino la forma tan elocuente como lo transmites, el como me hiciste sentir lo mismo que tu sentiste en ese momento de tu vida.
No dejes de escribir Malbicho, nunca me canso de leerte.
Un beso
Hidrocalida solitaria
gracias, me animas a retomar la pluma, últimamente sólo escribo el blog y ya, y hasta he reprimido escribir entradas personales, no sé por qué
ResponderBorrarhasta hoy volví a leerlos yo también, después de un buen rato, y me pregunté por qué se me estancó esa necesidad de traducirme en letras
gracias
=)
Malbicho....... preciosa manera de transformar el dolor en algo bello. sabes? me has dado ganas de sentirme así. se me hace feo no tener a quien llorar, mas que no tener a quien querer, porque cuando sientes ese dolor es prueba de que amaste. en serio, mas te leo y mas me sorprendes!
ResponderBorrar@Pascal
ResponderBorrarme dicen lo mismo siempre... y yo la verdad preferiría no sufrir por amor, he tenido periodos en que nadie me mueve el piso y son los tiempos más libres, decía ortega y gasset que el amor es una imbecilidad transitoria, y en mi caso es por completo cierto, nunca soy tan idiota como cuando estoy enamorada, por eso agradezco cuando tengo periodos de mayor lucidez
pero ya entendí que aunque quiera y pretenda poder hacerlo, no puedo cantar: "no me vuelvo a enamorar"... uno siempre cae tropezándose con la misma piedra
=)