"Gracias por el ruido de fondo", cantaba Miguel Ríos a mediados de los ochentas.
Frase que me hizo detenerme por primera vez para escuchar conscientemente. Y sorprenderme ante la constante sucesión de sonoridades cotidianas. No recuerdo un momento de total silencio. Con excepción de cuando un trueno rompe en el aire y todos quedamos demudados por un breve instante.
En mi reciente visita a las costas de Guerrero, a mi habitación llegaba el sonido de las olas estrellándose en las rocas, pero era semiopacado por el que salía del aparato del aire acondicionado, menos poético pero complementariamente refrescante. A la que ocupo en mi casa, llegan hasta mis horas de insomnio los gritos aislados de transeúntes rijosos, la sirena de una ambulancia con prisa, motores potentes de trailers con sobrecarga, el taconeo de una cenicienta sin calabaza o las notas de un autoestéreo manipulado por la inconsciencia alcoholizada. Y a través del diurno refugio de las paredes, logran filtrarse pedazos de conversaciones; anuncios de ofertas de cubetas y palanganas, naranjas dulces, helados en mitades de cocos y tamales oaxaqueños, tamales calientitos; notas rojas locales o campañas de vacunación de mascotas; llantos de niños, toquidos de puertas, timbres, claxonazos y cumbias seguidas al vuelo.
De mi casa emanan los parloteos de la televisión y el radio, las carcajadas infantiles, las masacres en la licuadora, los pasos de las manecillas del reloj, y los timbres polifónicos de los celulares.
Me doy cuenta de que a veces atestiguo ruidos en peligro de extinción: arribos de circos, gritos de "merengues y gaznates", máquinas de afiladores de cuchillos, silbatos que anuncian el paso de globos inflados con helio, y el chirriar de las llantas de una silla de ruedas que sale de una casa vecina, para el diario paseo de una sonrisa desdentada.
De repente me doy cuenta de que hay ruidos que van adquiriendo un tono sepia, ruidos que envejecen, que caducan. Como aquel que atravesaba el cielo mexicano y me hacía elevar la vista infantil para descubrir un esbelto pájaro de acero, el Concorde. O el silbato que rasgaba la noche como un lamento, cuando el velador rondaba por cada calle. O la campana en la mano de peluche de un personaje conocido, invitándonos para que nos fotografiáramos con él. Pienso en la conveniencia de preservar los sonidos, y poderlos compartir años o kilómetros después, a manera de postales auditivas. La idea va cobrando forma y espacio en mi mente, abstrayéndome.
Es más de medianoche. No hay nadie más. La única luz es la del monitor de esta computadora, el único ruido de fondo son las teclas que oprimo... suena el teléfono.
Frase que me hizo detenerme por primera vez para escuchar conscientemente. Y sorprenderme ante la constante sucesión de sonoridades cotidianas. No recuerdo un momento de total silencio. Con excepción de cuando un trueno rompe en el aire y todos quedamos demudados por un breve instante.
En mi reciente visita a las costas de Guerrero, a mi habitación llegaba el sonido de las olas estrellándose en las rocas, pero era semiopacado por el que salía del aparato del aire acondicionado, menos poético pero complementariamente refrescante. A la que ocupo en mi casa, llegan hasta mis horas de insomnio los gritos aislados de transeúntes rijosos, la sirena de una ambulancia con prisa, motores potentes de trailers con sobrecarga, el taconeo de una cenicienta sin calabaza o las notas de un autoestéreo manipulado por la inconsciencia alcoholizada. Y a través del diurno refugio de las paredes, logran filtrarse pedazos de conversaciones; anuncios de ofertas de cubetas y palanganas, naranjas dulces, helados en mitades de cocos y tamales oaxaqueños, tamales calientitos; notas rojas locales o campañas de vacunación de mascotas; llantos de niños, toquidos de puertas, timbres, claxonazos y cumbias seguidas al vuelo.
De mi casa emanan los parloteos de la televisión y el radio, las carcajadas infantiles, las masacres en la licuadora, los pasos de las manecillas del reloj, y los timbres polifónicos de los celulares.
Me doy cuenta de que a veces atestiguo ruidos en peligro de extinción: arribos de circos, gritos de "merengues y gaznates", máquinas de afiladores de cuchillos, silbatos que anuncian el paso de globos inflados con helio, y el chirriar de las llantas de una silla de ruedas que sale de una casa vecina, para el diario paseo de una sonrisa desdentada.
De repente me doy cuenta de que hay ruidos que van adquiriendo un tono sepia, ruidos que envejecen, que caducan. Como aquel que atravesaba el cielo mexicano y me hacía elevar la vista infantil para descubrir un esbelto pájaro de acero, el Concorde. O el silbato que rasgaba la noche como un lamento, cuando el velador rondaba por cada calle. O la campana en la mano de peluche de un personaje conocido, invitándonos para que nos fotografiáramos con él. Pienso en la conveniencia de preservar los sonidos, y poderlos compartir años o kilómetros después, a manera de postales auditivas. La idea va cobrando forma y espacio en mi mente, abstrayéndome.
Es más de medianoche. No hay nadie más. La única luz es la del monitor de esta computadora, el único ruido de fondo son las teclas que oprimo... suena el teléfono.
Uy Bichito
ResponderBorrarDe todos los ruidos del fondo, mi favorito sin duda es el mar. Cuando era niña me gustaba subir por las noches a la azotea de la casa de mis padres, en la costa del Pacífico mexicano; después de pasar un rato sin hacer nada venía lo que más disfrutaba: cerrar los ojos y escuchar al mar. Aguzar los sentidos y constatar como a medida que avanzaba la noche, el oleaje iba subiendo de intensidad.
Saludos y buen día
Hay ruidos que parece también caducan o expiran y en su lugar surgen otros que van acorde con el ritmo de vida. Por ejemplo el apabullante ruido diario de una ciudad que contamina auditivamente nuestros días; pero los hay otros maravillosos como el cantico de un pajarito o los despertares de un gallo que te indica que ya amanecio o el sonido del mar tan maravilloso sobre todo cuando revientan las olas (me gusta gusta que revienten suavemente). Hay otros aterradores como cuando estamos solos en casa de noche y de pronto escuchamos algún ruido extraño y cercano y empezamos a sacar conclusiones, no siempre felices por cierto.
ResponderBorrarEn fin, hay tantos ruidos y tanto significado que da para mucho.
bueno, sí se trata de ruidos de fondo el predilecto sin duda es el del mar, coincido con ustedes, hace justo dos semanas me levantaba de madrugada para capturar con la vista y el oído el amanecer sobre el pacífico, y no podía dormirme sino hasta después de un largo rato escuchando el golpeteo de las olas sobre el risco en el que se levantaba el hotel, y adivinando el mar en la oscuridad total
ResponderBorrar"oyes" marichuy, que infancia privilegiada tuviste, te leí hace poco sobre paseos a caballo en el campo y ahora me hablas de mareas nocturnas, mujer, qué envidia!
RBC, al leerte no entiendo como se me pasó hablar de los cantos de pájaros urbanos, son como un paréntesis de naturaleza entre el frío concreto, en mi ventana está un árbol gigantesco que alberga decenas de pájaros que hacen una romería en las mañanas y en las tardes; y tengo un jardín que asila eventualmente vuelos de mariposas y colibríes (y alguna vez los saltos de una ardilla invasora), y de repente también el gorjeo de un pájaro temerario (tengo dos gatas exterminadoras)
qué placer leerlas!
-- aahhhh, que chido, nunca se me habia ocurrido hacer un homenaje al ruido, por el contrario uno de mis mas traumatizantes recuerdos cuando iba al pueblo de mi jefa, era que me alejaba lo mas posible de todo y buscaba el mas perfecto silencio, lo mas chistoso es que cuando casi lograba ese estado un zumbido taladraba mi oido, una amiga me decia que era porque nuestro cuerpo esta sintonizado en Mi (la nota musical), vaya que grata nota! (tu post)
ResponderBorrara mí también me gusta el silencio, pero aprendí a valorar también el ruido cotidiano que enmarca la rutina diaria y se convierte en referente para siguientes ocasiones
ResponderBorraruno de los ruidos constantes en mi vida es el de una bomba de cisterna, desde que soy niña ha funcionado y nunca la hemos cambiado por una más moderna, pero es tan ruidosa que provoca un escándalo gradual a medida que se van subiendo los volúmenes de la telvisión, los radios y las conversaciones
Gratos cuadros sonoros los que pintas con tus letras Bichita. Te lo repito una vez más me agrad un chin.. montón el como escribes. Obvio los disfrutamos más aquellos que hemos tenido la oportunidad de vivir en chilangolandia.
ResponderBorrarTe faltaron los carros de camotes.
De mi barrio recuerdo dos ruidos ya extintos, los rebuznos de los burros, que eran animales de uso común en las casas de las persona que viven en el cerro, para efectos del acarreo de agua. Y el silbato del tren, que pasaba por las antiguas vías de la avenida ferrocarril hidalgo. El sólo recordarlos es disparo de imágenes y cuadros de mi infancia. No te digo, no soy el primero que se queja de ese cualidad tuya de despertar emotividad con tus letras.
Gratos cuadros sonoros los que pintas con tus letras Bichita. Te lo repito una vez más me agrad un chin.. montón el como escribes. Obvio los disfrutamos más aquellos que hemos tenido la oportunidad de vivir en chilangolandia.
ResponderBorrarTe faltaron los carros de camotes.
De mi barrio recuerdo dos ruidos ya extintos, los rebuznos de los burros, que eran animales de uso común en las casas de las persona que viven en el cerro, para efectos del acarreo de agua. Y el silbato del tren, que pasaba por las antiguas vías de la avenida ferrocarril hidalgo. El sólo recordarlos es disparo de imágenes y cuadros de mi infancia. No te digo, no soy el primero que se queja de ese cualidad tuya de despertar emotividad con tus letras.
ups, sigo peleando con la maquina con subir mis comentarios, sorry por el tartamudeo. Ahí le das cran a uno
ResponderBorrarah, el carrito de los camotes, cómo ensordece!! -je-, pero no sé si se extinga pronto, por lo menos por acá todavía tienen cierto éxito
ResponderBorrarotro grito: fierros viejos que veendaaaaaan!!!, y la forma que ya no se usa para despertar el morbo: matooola y viooolola... (bueno, esa es una canción -je-, pero la esencia es esa)
no te agüites por los comments, bien vale leerlo más de una vez -je-