domingo, 12 de julio de 2009

De Tactos. VI y VII

LA IDEAL*
Desechó la primera porque al tomarla con fuerza se desmoronaron las orillas. La aventó con rabia y tal como supuso, se terminó de deshacer al contacto con la tierra. Irritado, vio que sólo había muy pequeñas. Agarró la más grande pero al levantarla la sintió muy ligera. Entonces notó que a varios pasos había dos de buen tamaño. Dejó caer la que tenía en la mano y caminó para tomarlas. Las levantó al mismo tiempo, una con cada mano. La más pesada era lisa, salpicada de manchas blancas como el mármol; seguro era de río, barnizada por el agua, abrillantada por el sol, pulida por el beso de la corriente incesante. Pero le gustó más la otra: fraccionada en capas, rota en varios ángulos, con sesgos cortantes, hirientes; con puntas filosas, talladas por el odio y la justicia. La calibró haciéndola saltar en su mano, complacido porque tenía el peso exacto para cortar el aire, separándolo en dos. Esperó que se diera la orden... y la lanzó con furia hacia la frente de la adúltera.
MIMOS
Desde que las elijo empiezo a sentir placer. Las admiro desde afuera, lo poco que la ventanita de su empaque me deja ver. El color translúcido, el brillo, el tejido. Las abro como un regalo. Las tomo con delicadeza; de preferencia antes de pegarme las uñas, no vaya a ser la de malas y se rasguen. Las despliego en el aire, dejándolas caer como una brillante cascada. Las acaricio, paseo mis manos por toda la frágil y fina tela, sintiendo la sutileza, la lisura. Las alargo preparándolas para que no les resulte agresivo cuando les dé el estiramiento definitivo, cuando meto la punta de mis pies hasta hacerlos coincidir con su punta, y suavemente las deslizo por mi pantorrila depilada e hidratada. Despacito, con cariño. Con las yemas de los dedos voy estirándolas poco a poquito, envolviendo mi muslo con la ternura de seda, con la caricia de lycra. Nunca las obligo a dar más de lo que son capaces de dar, nunca las fuerzo, nunca las maltrato. Nunca las trato como no quiero que me traten a mí, con torpeza, con violencia. Con desprecio. Como cuando me gritan en la calle: -¡Órale, pinche puto!


*Historia modificada de la serie Una Mujer, siete pecados.

5 comentarios:

  1. Y retiemble en su frente la piedra al sonoro rugir del camión

    Nunca me gustó eso de aventar piedras, las armas arrojadizas no son mi fuerte, pero las de mano sí. Sais, dagas, chicotes, garrotes, tantos, katanas, sables, mandobles, cimtarras....


    Puto es el que le avienta un chingadazo a una mujer.



    Pinches putos

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  2. Bichito

    Qué horror¡! La primera historia es una bofetada. Si yo apedreara a todos los adúlteros hombres... no quedaría piedra sobre piedra.

    Y la segunda, muy buena; es tan sensual la sensación que provoca la suave textura de las medias...

    Saludos dominicales

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  3. -- malbina, efrain huerta decia algo como el que este libre de poesia que tire la primera metafora, habria que lapidarte malbi!

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  4. @Ben y marichuy
    en el código penal iraní se establece que las piedras que deben ser utilizadas en la lapidación, no deben ser ni tan grandes como para matar de un sólo golpe, ni tan pequeñas que no lastimen; que la mujer debe ser enterrada de la cintura para abajo, y que los primeros en lanzar las piedras sean los familiares

    @jota pe
    me la sabía como "el que esté libre de influencias...", pero me gustó mucho más tu frase, mil gracias =)

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