"La locura es la excepción en los individuos pero la norma en los grupos".
Nietzche.
"¡Muerte a los intolerantes!"
Makelele (comentarista bloguero de fino y caústico humor)
Yo soy una persona muy intolerante y muy cínica, de fácil inclinación al sarcasmo, secretamente pensando que eso me pone en un plano superior a los demás, especialmente a los que critico. Sin embargo, es algo que ya no "ejercito". Me doy cuenta que si me siento superior al burlarme de alguien es porque busco reducirlo, sobajarlo. Y que no tengo derecho a eso, especialmente cuando sólo es una persona que no coincide con mi forma de ver las cosas, que lo único que hace es pensar distinto a mí. Llegué a este punto después de "ejercitar" ese músculo del sarcasmo y el trolleo precisamente en Internet desde hace unos años, me di cuenta de lo enfermizo que era (a pesar de que es divertido y que atrae muchos simpatizantes, y que aparentemente es muy inocuo en la red, debido a su virtualidad y anonimato). Y después de comprobar, también, que no aportaba nada a las causas que buscaba defender, casi siempre en contra de la discriminación y en defensa de derechos humanos. Mi incongruencia era así de grande.
Ahora veo repetir mi error en la mayoría de los que participa en cualquier foro público de expresión, virtual o no virtual. La diferencia es que en la red, por su virtualidad y por el anonimato que existe (aún si la persona comenta utilizando su nombre real, si no es figura pública sigue teniendo un parcial anonimato que la protege), es más sencillo -y tentador- usar la palabra como arma en contra de quienes piensan distinto.
La intolerancia es una de las condiciones frecuentes en la naturaleza humana, casi inherente dada nuestra natural soberbia (hay una inclinación a creernos moralmente superiores al resto) y a nuestra cultura de discriminación, de intransigencia a lo diferente, a lo que cuesta un esfuerzo adicional aceptar porque que sale de la norma y lo habitual. O porque nos confronta ideológicamente, como es el caso de las diferencias de pensamiento y posturas políticas. Asumir que el otro es el incorrecto porque no coincide con nuestra postura, denostar la opinión contraria, acusar de traición ante la distancia crítica, descalificar los argumentos ajenos con insultos o sorna, negar la opción del desacuerdo sin que eso implique la ruptura, agredir al que nos cuestiona... todas son muestras de nuestra inmadurez política. Inmadurez que no otorga la garantía del disenso.
Dos recientes eventos me sirven de ejemplo, los dos dentro de nuestra actualidad electoral: el primero es el juicio a los estudiantes de la Ibero que manifestaron su rechazo a Enrique Peña Nieto, candidato príista, debido a las formas de las que se valieron (gritos, abucheos, pancartas con mensajes en contra, consignas) para expresar su reprobación al PRI. Analistas, periodistas (de "dudosa neutralidad", como bien los describieron los estudiantes) y representantes del partido político coincidieron en los primeros momentos en señalar una "campaña de odio" orquestada desde un equipo rival. Los estudiantes fueron calificados de "porros" (elementos de desestabilización en las escuelas), de infiltrados (negando que fueran verdaderos estudiantes de la universidad), de acarreados, de instrumentos al servicio del PRD, de "turbas fascistas", incluso, de promover un discurso de odio. Todo antes que admitir que el rechazo fuera legítimo y espontáneo. Porque simplemente se negaban a admitir que un grupo amplio de estudiantes de clases media y alta se inconformaran con su plataforma política y su manera de gobernar. Que disintieran con el candidato líder. En los siguientes días continuaron las voces descalificadoras, apuntalándose en la falta de cortesía de esos estudiantes que, decían, incitaban la violencia. Y si bien es cierto que la protesta masiva tenía un tono alto, también es cierto que eso no desligitimiza la manifestación, fuera de excesos como arrojar un zapato, lo demás fue la reacción lógica a los recursos que se tenían en ese momento: no todos pudieron ingresar al auditorio, no todos tenían la oportunidad de tomar un micrófono, no se les iba a dar la palabra uno por uno y además no todos tenían la intención de dialogar, sólo de expresar su desacuerdo frente a la persona que representa el status quo, que es algo que no se puede hacer siempre pues no existen los medios para ser escuchados por ellos, y que además es completamente válido.
Una reflexión importante es que el debate, la confrontación de ideas, el intercambio de posicionamientos no siempre va a seguir un manual de buenas maneras, la crítica dura y directa, el señalamiento al error o al exceso, el obligado reclamo al abuso de poder también vendrán acompañados de la intensidad, la emocionalidad y la vehemencia. Que contengan contenido y razones, es la condición para que ameriten un espacio. A veces sólo una sacudida logra romper la inercia.
Pero también está la denostación fortuita o ligera, la que adelanta juicios, la que obstruye el diálogo y sólo ensordece. Una crítica que no es constructiva y que sólo busca reducir.
El otro ejemplo es el de los Diálogos por la Paz, convocado por el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, cuya cara más visible es el poeta Javier Sicilia. En ese marco los simpatizantes de López Obrador se enojaron por la crítica que Sicilia le hizo. Los mismo que minutos antes daban un retweet entusiasta a las críticas directas que le hacía a los otros candidatos, cuando le tocó el turno al suyo recularon violentos, descalificando la labor del activista que rechaza la guerra contra el narco -que a la fecha lleva alrededor de 60 mil muertos-, descalificando incluso su labor artística y la persona misma del poeta. Paradojicamente en la misma crítica que Sicilia dijo a López Obrador, se encuentra la siguiente frase: "...hay un espíritu fascista entre algunos de quienes lo apoyan". Por cierto, "fascista" es el adjetivo (des)calificativo más fuerte que leí sobre Sicilia en Twitter (entre "viejito ridículo", "viejo loco", incongruente, frustrado, protagónico, megalomaníaco... en fin); "fascistas", también, les dijo Román Revueltas a los estudiantes de la Ibero que se manifestaron contra Peña Nieto, por lo que "fascista" parece ser la palabra más fácil de decir cuando se trata de etiquetar a un contrario ideológico. Ante cualquier oposición a nuestras ideas defendidas podemos usar alegremente y con total ligereza el término fascista, nos hace quedar bien y hace que nuestro enemigo ideológico quede como el más malo de la película. Y sobretodo, nos da la altura moral suficiente para reducirlo en sus argumentos. Como han querido hacer con Sicilia, denostando sin matices todas sus acciones a partir de esa crítica. Y no es porque yo crea que es incuestionable, que no sucumba al protagonismo o que no tiene defectos ni errores (uno de los cuales fue generalizar igualando a todos los partidos y sus candidatos al repartir culpas sobre la indiferencia a las víctimas de la guerra al narcotráfico), pero sí me parece excesiva la respuesta de los amloístas más agresivos, por su virulencia y su radicalismo cuando se cuestiona a su líder.
La de Sicilia fue una voz entre muchas, que coincide con otras más, la forma en que describió a López Obrador se acerca mucho a la opinión que tienen de él los que no son sus simpatizantes, y elegir al crítico como enemigo, en lugar de considerar qué se debe hacer para que esa percepción errónea (si es que realmente es errónea) cambie, es otra muestra de inmadurez política.
La diferencia entre la violencia del reclamo de estudiantes a Peña Nieto, y la violencia del reclamo de usuarios de redes sociales al activista Javier Sicilia, es que los primeros reflejaron el rechazo guardado durante años hacia una plataforma política ineficaz aprovechando el momento que tenían para poder expresarlo (ellos mismos se han pronunciado en contra de esas expresiones ahora que han organizado un movimiento más formal), y los segundos reflejaron un enojo inmediato hacia una crítica a su líder, con una reacción visceral y sin mayor profundidad en su razonamiento, más que la mera descalificación. La crítica cabe, es algo que no entienden los que se sienten traicionados cada que reciben una, con un pensamiento maniqueísta.
Y justo antes de la protesta estudiantil antipeñista en la Ibero, se daba a conocer un texto del escritor Héctor Aguilar Carmín en donde criticaba esta actitud, que mediaticamente nombraron La República del Odio (en clara referencia a la República Amorosa que anuncia López Obrador en su campaña), un segundo artículo la ejemplificaba con la respuesta agresiva de sus simpatizantes ante las voces contrarias, mostrando los mensajes recibidos en redes sociales (y utilizando también, alegremente, el término "fascismo" con soberbial ligereza). El escritor y sus defensores cayeron en el error de deslegitimizar las opiniones del público por su violencia verbal (victimizándose, de paso), nuevamente acusando la promoción de un "discurso de odio", pero el señalamiento de esa violencia también dirige la vista hacia la falta de argumentos y la intolerancia (que no es privativa de ninguna filiación política, cualquiera puede señalarla en simpatizantes de otro partido). Cualquiera que visite las redes sociales o la sección de comentarios en algún portal informativo encuentra esa misma carencia argumentativa y de mesura en el diálogo.
Tomo estos capítulos recientes de nuestra actualidad política para ejemplificar el por qué de la necesidad de una cultura del disenso, de garantizar la opción de no coincidir en todo aportando una óptica y un pensamiento diferente, sin que eso sea acusado de traición ni lleve al antagonismo o a la negación del otro. La democracia moderna se basa en el pluralismo, en una cultura política homogénea, si negamos la posibilidad de disentir sin quedar fuera no hay manera de alcanzarla. La voz disidente debe considerarse una parte necesaria de todo movimiento, la voz autocrítica y no complaciente será la que otorgue la posibilidad de un cambio positivo, así como el respeto al derecho de las minorías. El disenso otorga una distancia crítica que no niega los acuerdos pero que sí ofrece una mirada alterna, un pensamiento diferente y complementario, no conformista.
Los grupos generan un pensamiento colectivo que tiene un doble filo, cobijados en una especie de ceguera moral que califica a todos en buenos y malos (donde por supuesto, los de dentro siempre son los buenos), con una ilusión de invulnerabilidad y un fuerte sentimiento de unanimidad, la uniformidad de pensamiento aborta la presentación de ideas individuales y la libertad de pensamiento, suprimiendo las dudas personales (ignorándolas voluntaria o involuntariamente), sin dar mucho espacio a las críticas o a las propuestas individuales que pudieron ser constructivas para no propiciar enfrentamientos, tensión o posibles disoluciones, tomando la voz grupal (o la voz líder) como indiscutible o incuestionable, a la que se defenderá con radical vehemencia.
Habrá que aprender que divergencia no siempre es disolución. Y que una cultura del disenso favorece el pensamiento crítico, lo cual favorece el panorama cultural y político de un país en aras de establecer una democracia.
Entrada relacionada: Me gustan los estudiantes (Yo soy 132)
Dos recientes eventos me sirven de ejemplo, los dos dentro de nuestra actualidad electoral: el primero es el juicio a los estudiantes de la Ibero que manifestaron su rechazo a Enrique Peña Nieto, candidato príista, debido a las formas de las que se valieron (gritos, abucheos, pancartas con mensajes en contra, consignas) para expresar su reprobación al PRI. Analistas, periodistas (de "dudosa neutralidad", como bien los describieron los estudiantes) y representantes del partido político coincidieron en los primeros momentos en señalar una "campaña de odio" orquestada desde un equipo rival. Los estudiantes fueron calificados de "porros" (elementos de desestabilización en las escuelas), de infiltrados (negando que fueran verdaderos estudiantes de la universidad), de acarreados, de instrumentos al servicio del PRD, de "turbas fascistas", incluso, de promover un discurso de odio. Todo antes que admitir que el rechazo fuera legítimo y espontáneo. Porque simplemente se negaban a admitir que un grupo amplio de estudiantes de clases media y alta se inconformaran con su plataforma política y su manera de gobernar. Que disintieran con el candidato líder. En los siguientes días continuaron las voces descalificadoras, apuntalándose en la falta de cortesía de esos estudiantes que, decían, incitaban la violencia. Y si bien es cierto que la protesta masiva tenía un tono alto, también es cierto que eso no desligitimiza la manifestación, fuera de excesos como arrojar un zapato, lo demás fue la reacción lógica a los recursos que se tenían en ese momento: no todos pudieron ingresar al auditorio, no todos tenían la oportunidad de tomar un micrófono, no se les iba a dar la palabra uno por uno y además no todos tenían la intención de dialogar, sólo de expresar su desacuerdo frente a la persona que representa el status quo, que es algo que no se puede hacer siempre pues no existen los medios para ser escuchados por ellos, y que además es completamente válido.
Manifestantes en la Ibero a favor y en contra de Peña Nieto. |
Una reflexión importante es que el debate, la confrontación de ideas, el intercambio de posicionamientos no siempre va a seguir un manual de buenas maneras, la crítica dura y directa, el señalamiento al error o al exceso, el obligado reclamo al abuso de poder también vendrán acompañados de la intensidad, la emocionalidad y la vehemencia. Que contengan contenido y razones, es la condición para que ameriten un espacio. A veces sólo una sacudida logra romper la inercia.
Pero también está la denostación fortuita o ligera, la que adelanta juicios, la que obstruye el diálogo y sólo ensordece. Una crítica que no es constructiva y que sólo busca reducir.
El otro ejemplo es el de los Diálogos por la Paz, convocado por el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, cuya cara más visible es el poeta Javier Sicilia. En ese marco los simpatizantes de López Obrador se enojaron por la crítica que Sicilia le hizo. Los mismo que minutos antes daban un retweet entusiasta a las críticas directas que le hacía a los otros candidatos, cuando le tocó el turno al suyo recularon violentos, descalificando la labor del activista que rechaza la guerra contra el narco -que a la fecha lleva alrededor de 60 mil muertos-, descalificando incluso su labor artística y la persona misma del poeta. Paradojicamente en la misma crítica que Sicilia dijo a López Obrador, se encuentra la siguiente frase: "...hay un espíritu fascista entre algunos de quienes lo apoyan". Por cierto, "fascista" es el adjetivo (des)calificativo más fuerte que leí sobre Sicilia en Twitter (entre "viejito ridículo", "viejo loco", incongruente, frustrado, protagónico, megalomaníaco... en fin); "fascistas", también, les dijo Román Revueltas a los estudiantes de la Ibero que se manifestaron contra Peña Nieto, por lo que "fascista" parece ser la palabra más fácil de decir cuando se trata de etiquetar a un contrario ideológico. Ante cualquier oposición a nuestras ideas defendidas podemos usar alegremente y con total ligereza el término fascista, nos hace quedar bien y hace que nuestro enemigo ideológico quede como el más malo de la película. Y sobretodo, nos da la altura moral suficiente para reducirlo en sus argumentos. Como han querido hacer con Sicilia, denostando sin matices todas sus acciones a partir de esa crítica. Y no es porque yo crea que es incuestionable, que no sucumba al protagonismo o que no tiene defectos ni errores (uno de los cuales fue generalizar igualando a todos los partidos y sus candidatos al repartir culpas sobre la indiferencia a las víctimas de la guerra al narcotráfico), pero sí me parece excesiva la respuesta de los amloístas más agresivos, por su virulencia y su radicalismo cuando se cuestiona a su líder.
El beso de Sicilia que no aceptó López Obrador ("Un mundo nace cuando dos se besan", le dijo Sicilia citando a Octavio Paz, como respuesta) |
La de Sicilia fue una voz entre muchas, que coincide con otras más, la forma en que describió a López Obrador se acerca mucho a la opinión que tienen de él los que no son sus simpatizantes, y elegir al crítico como enemigo, en lugar de considerar qué se debe hacer para que esa percepción errónea (si es que realmente es errónea) cambie, es otra muestra de inmadurez política.
La diferencia entre la violencia del reclamo de estudiantes a Peña Nieto, y la violencia del reclamo de usuarios de redes sociales al activista Javier Sicilia, es que los primeros reflejaron el rechazo guardado durante años hacia una plataforma política ineficaz aprovechando el momento que tenían para poder expresarlo (ellos mismos se han pronunciado en contra de esas expresiones ahora que han organizado un movimiento más formal), y los segundos reflejaron un enojo inmediato hacia una crítica a su líder, con una reacción visceral y sin mayor profundidad en su razonamiento, más que la mera descalificación. La crítica cabe, es algo que no entienden los que se sienten traicionados cada que reciben una, con un pensamiento maniqueísta.
Y justo antes de la protesta estudiantil antipeñista en la Ibero, se daba a conocer un texto del escritor Héctor Aguilar Carmín en donde criticaba esta actitud, que mediaticamente nombraron La República del Odio (en clara referencia a la República Amorosa que anuncia López Obrador en su campaña), un segundo artículo la ejemplificaba con la respuesta agresiva de sus simpatizantes ante las voces contrarias, mostrando los mensajes recibidos en redes sociales (y utilizando también, alegremente, el término "fascismo" con soberbial ligereza). El escritor y sus defensores cayeron en el error de deslegitimizar las opiniones del público por su violencia verbal (victimizándose, de paso), nuevamente acusando la promoción de un "discurso de odio", pero el señalamiento de esa violencia también dirige la vista hacia la falta de argumentos y la intolerancia (que no es privativa de ninguna filiación política, cualquiera puede señalarla en simpatizantes de otro partido). Cualquiera que visite las redes sociales o la sección de comentarios en algún portal informativo encuentra esa misma carencia argumentativa y de mesura en el diálogo.
Tomo estos capítulos recientes de nuestra actualidad política para ejemplificar el por qué de la necesidad de una cultura del disenso, de garantizar la opción de no coincidir en todo aportando una óptica y un pensamiento diferente, sin que eso sea acusado de traición ni lleve al antagonismo o a la negación del otro. La democracia moderna se basa en el pluralismo, en una cultura política homogénea, si negamos la posibilidad de disentir sin quedar fuera no hay manera de alcanzarla. La voz disidente debe considerarse una parte necesaria de todo movimiento, la voz autocrítica y no complaciente será la que otorgue la posibilidad de un cambio positivo, así como el respeto al derecho de las minorías. El disenso otorga una distancia crítica que no niega los acuerdos pero que sí ofrece una mirada alterna, un pensamiento diferente y complementario, no conformista.
Los grupos generan un pensamiento colectivo que tiene un doble filo, cobijados en una especie de ceguera moral que califica a todos en buenos y malos (donde por supuesto, los de dentro siempre son los buenos), con una ilusión de invulnerabilidad y un fuerte sentimiento de unanimidad, la uniformidad de pensamiento aborta la presentación de ideas individuales y la libertad de pensamiento, suprimiendo las dudas personales (ignorándolas voluntaria o involuntariamente), sin dar mucho espacio a las críticas o a las propuestas individuales que pudieron ser constructivas para no propiciar enfrentamientos, tensión o posibles disoluciones, tomando la voz grupal (o la voz líder) como indiscutible o incuestionable, a la que se defenderá con radical vehemencia.
Habrá que aprender que divergencia no siempre es disolución. Y que una cultura del disenso favorece el pensamiento crítico, lo cual favorece el panorama cultural y político de un país en aras de establecer una democracia.
Entrada relacionada: Me gustan los estudiantes (Yo soy 132)
Antes, mucho antes de que surgiera el Movimiento #Yosoy132, una mañana de tantas puse un tuit que decía algo así como:
ResponderBorrar“Amanecer es disentir. Un derecho que hay que ejercer y defender”.
O sea, yo apoyo la cultura del disenso, pero también entiendo y respeto la cultura de quien no tiene miedo a asumirse favorable a una postura y/o contraria a otra. Lo que no soporto [qué lo voy a hacer, como todos yo también tengo mis ratos de intolerancia] es que se enarbole un falso derecho a disentir para esconder odios raciales, clasistas, políticos, etc. Disentir, como platicábamos en Twitter, no significa ir descalificando, calumniando a todo mundo nomás porque nos cae mal o no lo está a la altura de nuestra estatura. Una cosa es la critica con fundamento, la autocrítica que tanto nos hace falta a todos los humanos, y otra muy diferente ‘subirse’ a la Atalaya de la Superioridad y Pureza Moral y desde ahí ir criticando, señalando con el dedo flamígero los errores y contradicciones de los demás… ¡sin ver los propios! Al menos a mí, eso me parece no sólo hipócrita e incoherente, sino supinamente absurdo. Si de disentir se trata, yo disiento de quienes rezumando tufo de superioridad moral se sienten en posición de defenestrar a los que no piensan como ellos, a los que no profesan los mismos valores. Eso ya no es disentir, eso es descalificar, defenestrar. Como si alguien, en este mundo y a estas alturas del partido, tuviera la autoridad moral para andar dando lecciones de pureza a los demás. Disensos que sólo disfrazan un purismo [pariente cercano del puritanismo rancio], la descalificación per se y la moralina barata [y no asumida, que es peor], son algo que no soporto. Por lo demás, respetemos y defendamos el derecho a disentir.
Un abrazo, querida Bichito
hola marichuy!, por supuesto la persona que se yergue en su soberbia y autosupuesta superioridad moral señalando con dedo flamígero desde su particular trinchera de valores no ejemplifica un disenso, es al contrario, eso es un juicio, pero como tú misma dices, sí se tiene el derecho de asumir una postura, y tampoco es disentir si otros lo linchan y enjuician desde sus respectivas trincheras morales arrojándole descalificaciones masivas porque les ofendió la postura asumida, disentir es poner la distancia suficiente para darse cuenta que ambas son sólo posturas independientes, analizar y discutir en qué puntos pueden tener razón, y puntualizar que lo único que no hay que tolerar es, precisamente, la intolerancia
ResponderBorraryo también te mando un abrazo fuerte, me da gusto tener tus letras en este espacio, no había leído ese tuit, es una metáfora muy esclarecedora: disentir es amanecer, es despertar, es despojarnos de un aletargamiento a veces plácido, a veces ensoñador, pero sin duda limitante
va otro abrazo =)
¡Corte!
ResponderBorrarPor favor, donde dice "a estas alturas del partido", se le sugiere usar alternativamente "a estas alturas de la contienda".
Editor: acepto con gusto la sugerencia... sólo que ahora hice dos lecturas rápidas, por encimita y no encontré donde puse eso, dame chance de venir a releer con calma y lo cambio
ResponderBorrargracias