En casi todas las civilizaciones existe la tradición de una divinidad, sacerdote, profeta o mago ciego. No es de extrañar que también existen grandes artistas –músicos, escritores, bailarines e inclusive pintores– privados de la vista. Sin embargo a diferencia de éstos, los primeros tienen además un enorme poder sobre los destinos de los hombres. En gran medida quizá debido a la fe que los hombres depositan en tales imágenes.
Es Borges – irónicamente un escritor ciego – quien nos habla de los peligros de la fe en su cuento titulado «El tintorero enmascarado Hákim de Merv» (1935).
Su protagonista se vale del impedimento de unos hombres y de la extraña ceguera de un leopardo para despertar la fe de los demás. En vez de ser él mismo una figura ciega, provoca en los otros una ceguera aún más peligrosa que cualquier discapacidad visual. Asegura así su poder hasta el inevitable final en que todavía pretende disfrazar la realidad evidente.
Así, «El tintorero enmascarado» puede leerse como una parábola del poder perpetuado y el sometimiento a través de la fe que unos deciden poner en otros ciegamente.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Ideas en tránsito