Carlos Monsivais
...el autor es el héroe que elige ser antihéroe, es el marginal en el centro de lo auténtico. Le da lo mismo el prestigio social, nunca se entera bien a bien del tamaño de su fama, y vive -como lo informan las atmósferas de sus canciones- en la mitología del sedentarismo y el vértigo: borracheras, destino implacable, adoración sin límites de la pérfida, autocompasión asumida con el placer del triunfo. (No es "masoquismo'', es la gran creencia compensatoria de los marginales: uno es más verdadero en la derrota.) En esto José Alfredo no duda... (Texto íntegro)
...el autor es el héroe que elige ser antihéroe, es el marginal en el centro de lo auténtico. Le da lo mismo el prestigio social, nunca se entera bien a bien del tamaño de su fama, y vive -como lo informan las atmósferas de sus canciones- en la mitología del sedentarismo y el vértigo: borracheras, destino implacable, adoración sin límites de la pérfida, autocompasión asumida con el placer del triunfo. (No es "masoquismo'', es la gran creencia compensatoria de los marginales: uno es más verdadero en la derrota.) En esto José Alfredo no duda... (Texto íntegro)
Octavio Paz, Sartré, Savater y Zataraín.
"...Allí, mientras todos los filósofos ahondaban en las ideas de Nietzsche y Schopenhauer, de la vitrola que estaba al fondo salía la voz de José Alfredo Jiménez, “estoy en el rincón de una cantina, oyendo la canción que yo pedí...”, Savater se asombró de la sordera de sus acompañantes; ellos se obstinaban en hablar del concepto de voluntad en la filosofía alemana y no se percataban de que su contorno se estaba impregnando de poesía, porque, con perdón de Octavio Paz, acotaba Savater en su libro, José Alfredo era el mejor poeta de México.Le pregunté que si ésa no era una afirmación muy atrevida. “Quizá pero no es mía –me dijo–, a principios de la década de los cincuenta, cuando Octavio Paz estaba de agregado cultural en París, un día recibió una llamada que lo llenó de alegría y de orgullo; Jean Paul Sartre, el pensador más controversial de la época, quería platicar con él; quedaron de verse al día siguiente en casa de Sartre.” “Pero ¿dónde leíste esto?”, le pregunté. “El propio Paz me lo contó; bueno, éste se llevó en su portafolio su Laberinto de la soledad recién editado y un ciento de poemas que iban a formar parte de su Libertad bajo palabra, título que se le ocurrió en ese instante como un homenaje al gran pensador francés; el mismo Sartre le abrió la puerta, el filósofo llevaba puesta una bata que cubría casi todo su pijama y calzaba pantuflas; lo pasó a la sala, le sirvió café y sin más protocolo le dijo que lo había mandado llamar porque tenía interés en obtener la obra completa de un compositor de música popular mexicana llamado José Alfredo Jiménez; le extendió un álbum que Simone de Beauvoir le había mandado de México, ella llevaba más de dos meses viajando por ese país con un escritor que había conocido hacía unos años aquí en Chicago, Nelson Algren; Simone, que por cierto Sartre cuando se refería a ella la llamaba El Castor, le escribía casi todos los días y en una de sus cartas le había dicho que en ese álbum, muy de moda en México, había varias canciones que la remitían a él, sobre todo la que decía: ‘por la lejana montaña va cabalgando un jinete'; Octavio Paz se quedó perplejo, no sabía nada de ese tal José Alfredo; Sartre, para ver si se le refrescaba la memoria, puso una de las piezas en el tocadiscos.Se empezó a escuchar el mariachi y conforme iba surgiendo la voz del cantante, de Sartre salía un eco ronco con acento francés; por un instante Paz pensó que estaba soñando, que estaba dentro de una historia surrealista; Sartre, sin dejar de cantar, se levantó y empezó a caminar muy lentamente, llegó a la chimenea, puso sus manos sobre la cornisa y le salió una voz que parecía venir de lo más hondo del filósofo: ‘vámonos, donde nadie nos juzgue, donde nadie nos diga que hacemos mal, vámonos, alejados del mundo, donde no haya justicia ni leyes ni nada... '; Sartre, el escritor que no había leído a San Juan de la Cruz ni a Góngora ni a Lope de Vega ni a Quevedo, que no sabía de una poeta llamada Sor Juana ni de un intelectual prolífico llamado Alfonso Reyes, ahora se desgañitaba con los versos ni siquiera medianos de un tal José Alfredo..., Sartre seguía cantando con su rostro alzado y sus ojos completamente extraviados; Paz optó por abandonar el recinto sin despedirse, no quería sacar al anfitrión de su trance..." (Texto íntegro)
A José Alfredo lo han interpretado todos los grandes, pero algunos han contribuido a engrandecer sus canciones con sus interpretaciones memorables: Pedro Infante, Javier Solís, Miguel Aceves Mejía, y especialmente las interpretaciones femeninas de Amalia Mendoza "La Tariacuri", Lola Beltrán, Lucha Villa y Chavela Vargas, que hizo que españoles como Pedro Almodóvar y Joaquín Sabina se rindieran también ante el charro poeta.
Tributos modernos como los de Luis Miguel, Tania Libertad o los de roqueros como el Tri y Maná, también se suman a seguir manteniendo viva su presencia musical.
BiBlografía:
El Fanzine presenta en este Dossier, JOSÉ ALFREDO JIMENEZ, EL CANTOR DE LA BOHEMIA:
El Mundo raro que habita en sus canciones.
Resignificaciones.
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