Escribo para exorcizar el miedo, la angustia, la tristeza... no estás, no llegaste a tu casa ayer ni antier, no hemos sabido de ti, fui la última en verte, tu sonrisa despidiéndome, tus manos unidas por las palmas a la altura de tu pecho, en ademán de "Namasté", dándome las gracias, ¿de qué?, ¿del día que pasamos juntos?, ¿de que alivié tu dolor de la herida en el pié?, ¿de que te acompañé soportando tu impertinencia,o sonreí ante tus gracias, o resistí tus habituales arranques, o bailé a tu ritmo, o acepté tus besos, o perdoné tus errores, o brindé contigo?, ¿de que te amo a pesar de ti y de mí?, ¿qué me agradeciste?
No puedo creer como puede cambiar la vida en un instante.
Me despediste en la noche, me acompañaste a tomar el autobús, a cambiar para poder pagar con monedas, a comprar un milky way que hoy sabe amargo... todavía insististe en entrar a otro bar, me negué por tercera vez: quería irme a mi casa y quería que te fueras a la tuya, pero no te convencí. Te hice las recomendaciones pertinentes, las de siempre, como una madre, como la madre que me obligas a ser contra mi voluntad ante tus niñerías y necedades. Y te quedaste en la banqueta, sonriéndome a través del cristal mientras yo me sentaba y disimuladamente te sonreía, y te decía adios con un vaivén de dedos tímidos. Tus labios murmuron: "Te amo". Tus manos dijeron: "Namaste". Te quedaste parado ahí, con las manos frente al pecho y con la sonrisa en los labios. Con ese sombrero ridículo ocultando tus cabellos rubios y tus ojos azules. Tus ojos inmensos. Te quedaste parado ahí hasta que el camión avanzó, pero ya no te seguí viendo, me avergonzó incomodar a la mujer que iba en el asiento de la ventana y dejé de voltear a la calle y miré de frente. Te dejé de ver. Me perdí de la (¿última?) oportunidad de verte hasta antes de que el camión avanzara.
De haber sabido la situación actual habría agotado todos los instantes.
Una llamada me hizo saber de tu prolongada ausencia. Me preguntaron por ti. Si sabía donde estabas. No llegaste a dormir. No llegaste a tu cita. No llamaste a media día como prometiste. No has vuelto todavía. No sabemos de ti. No sabemos dónde buscarte. No sabemos donde estás... y ni siquiera si todavía estás.
Tendría que decir un poco más. De tu enfermedad terminal. De tu enfermedad transitoria. De la constante y la intermitente. De tu predisposición al riesgo. De tu inconsciencia. De tu personalidad. De la mía. De nuestra codependencia. De nuestra relación enferma. Inconclusa. Inconveniente. Pero no hay forma que se entienda y no hay forma de exorcizar esta angustia. No estás. No estás. No estás.
No estás. Ya no estás. ¿Ya no estás?
Y empieza el viacrucis en delegaciones, hospitales y ese otro lugar impronunciable en este momento. ¿Dónde estás? ¿Es momento de empezar a despedirme, a agradecerte como tú lo hiciste esa noche? ¿Era entonces que te estabas despidiendo? ¿Agradeciendo mi paso en tu vida como ahora agradezco te cruzaras en la mía?
Anhelando agradecer que ésta sólo sea una advertencia para ti y para mí, y para los que te cuidamos sin hacerlo del todo bien. Pues se nos olvida que también hay que cuidarte de ti.
Actualización: Finalmente recibimos la noticia tranquilizadora, víctima de un asalto, reapareció su figura un tanto maltratada, el alcohol y su carácter pendenciero retaron al victimario y lo dejaron a merced de la violencia fría del asaltante, innecesaria eventualidad que nos mantuvo en vilo todas estas horas. Lo que sigue es la reflexión y la toma de medidas precautorias.
Y la necesaria manifestación de gratitud hacia ustedes, que hicieron un alto para dejarme unas palabras de ánimo, buscando tranquilizar y acompañar. Lográndolo, he de precisar. Si algo sé hoy, es que tengo los mejores lectores y los mejores amigos. Curioso, hace apenas una entrada me anticipé con la canción de Joe Cocker para agradecer la pequeña ayuda de mis amigos, hoy corrijo: no es pequeña. Este "Namasté" es para ustedes.