El reloj marcaba las ocho en punto; esta vez no lo haría esperar. Qué bueno que el conductor era un cafre y que había tomado esos dos atajos; esta vez no la esperaría nada, la última lo encontró tan de malas. Pero mientras miraba alrededor sin reconocerlo en ningún rostro, recordó que no solo ella tenía fama de impuntual.
Tratar de encontrarlo la alentaba en su avance, y las ocho de la mañana es una muy mala hora para caminar como perdida, en la estrecha banqueta se cruzaban dos hileras de personas neuróticas y malhumoradas que buscaban reducir el retraso hacia sus centros de trabajo, y que la veían con enojo mientras ella buscaba anhelante (a excepción de dos tipos, que miraron con interés en dirección a su escote). Así que resolvió parapetarse entre un puesto de periódicos y una cabina de teléfono. Hurgó en su bolsa y se alegró de sumar tres monedas, suficientes para hablar a su casa y comprobar que ya no estaba en ella, eso le indicaría que ya estaba en camino y que llegaría enseguida (vivía a solo cinco minutos de ahí). En el peor de los casos aún estaría dormido, pero la llamada lo obligaría a salir corriendo a su encuentro... o quizá le pediría que fuera a esperarlo mientras se bañaba, quizá le ofrecería un café y le preguntaría si quería oír música. Una cosa llevaría a otra y quizá otra vez terminaría con las manos de él dentro de su escote (que otra vez se habían detenido a mirar), pero con la ventaja de que sería un espacio privado y no en un bar atestado o en una esquina oscura. Pero nadie contestó. Quizá ya venía en camino; y mientras pensaba eso miró en dirección hacia dónde él debía aparecer, sin reconocerlo en ninguno de los rostros anónimos, circunspectos y estresados.
Pero uno de esos rostros la miraba sonriente, por costumbre evitó la mirada directa pero la pregunta la hizo voltear a ver quién le hablaba. "¿No llega?", preguntaba un hombrecillo moreno y de gesto amigable. Negó con una sonrisa evasiva, con más pena que disgusto. No es nada grato que se note que la dejaron plantada. "¿Una alegría?", preguntó el tipo, solícito, mientras le mostraba un dulce de amaranto.
-No, gracias -dijo ella-.
Pero el hombre no se la estaba vendiendo, sino obsequiando. Y al insistir otras dos veces ella se sintió obligada a tomar el prisma de amaranto y miel. Obligada, también, a responder sus preguntas, tuvo que explicar que esperaba a su novio, que seguramente ya venía en camino, que no, no contestaba, pero eso quería decir que ya había salido. Se dirigió al teléfono para insistir, en parte por su misma ansiedad y en parte para evitar el incómodo interrogatorio. Pero el teléfono no fue atendido. Había pasado suficiente tiempo para que él recorriera los pocos metros que separaban su edificio de esa esquina en la que ella esperaba.
Al lado de la cabina apareció nuevamente el rostro amable y sonriente del hombrecito. Era bajito, moreno, avejentado, por lo mismo era difícil calcularle la edad, podía ser más joven de lo que parecía, pero quizá esa labor de comerciante bajo el sol y entre el tráfico lo había castigado demasiado. No era desagradable pero tampoco cautivador. Más bien, anodino, casi vulgar, de lenguaje y modales burdos. Todo lo contrario de él, con esos ojos acariciadores, con esos ademanes seductores y esa conversación interesante. Volvió a marcar para evitar las preguntas, que de todas maneras se sucedieron una tras otra, poco después. No, no vivía cerca. Sí, ella también lo había visto antes. No, no creía que la hubieran dejado plantada, seguro sí llegaba. Sí, sí era su novio... bueno, algo así. Es que... es complicado, dijo, acordándose de lo que decía su estatus en Facebook. Y dudó en dar más detalles. Ese tipo era un desconocido pero ella necesitaba decirlo: él decía que eran novios, pero... ¿se podía llamar noviazgo a eso?
No pudo evitar que su respuesta vaga atrajera más cuestionamientos. Pues no eran novios, novios... pero bueno, era de esas cosas raras que se dan. Sí, sí creía que él también sabía de eso. Y pues sí, no parecía importarle tanto si la dejaba esperando, pero es que ella siempre llegaba tarde, era lógico que él no pensara que esta vez sí estaría a tiempo. No, no lo estaba justificando, pero si él la esperaba hasta hora y media ni modo de irse ahora, que sólo habían pasado veinte minutos. Le agradecía la invitación, pero precisamente iba a desayunar con él. No, ni un café, gracias. No, no tenía tanta hambre, podía esperarlo. No, tampoco tenía frío, no era tan friolenta (aunque en ese momento sí le hubiera gustado tener un suéter con qué cubrirse de esas miradas impertinentes a su escote).
Tenía que llamar otra vez, no sólo para entretener la ansiedad sino también el fastidio ante la torpe conquista, pero eso ya no ahuyentó al tipo, se mantuvo a un lado escuchando como ella se quedaba oyendo los tonos. Ya había pasado más de media hora, ni modo de seguirse engañando. Lo miró como los náufragos a la dona de plástico arrojada al agua.
Tal vez sí tenía un poco de hambre.
Qué triste es la soledad, el ansia de sentirse un poco querido. Qué cruel ese dicho: 'siempre hay un roto para un descosido'. No sé por qué estoy diciendo esto, pero esta mujer y el pequeño hombrecito me recordaron ese dicho que a mí lejos de infundirme consuelo me parece sumamente cruel.
ResponderBorraryo sí sé, y es que justo es el sentido por el que va esta historia, es muy triste esa necesidad de sentirse reconocido en medio de la multitud, sentir que se distingue uno del resto, que sí se tiene un lugar a dónde dirigirse y que se puede huir del desamor...
ResponderBorrar...la soledad nos abarata mucho
Marichuy...
ResponderBorrarY yo todavia puedo darte la version mas cruel del dicho, que dice que siempre hay un zapato roto para un pie podrido...!
Otro que me hace sentir como trapo de cocina es ese de "dos soledades que se juntan no son soledades" y ese de que "a toda capillita le llega su fiestecita"...
Odio vivir esperanzado!
Saludos mi Malbicho querida!!!
Malby...
ResponderBorrarRecibí tu mail, mil gracias!!!!!! voy mejor, aunque te pido paciencia en cuanto a mis comentarios, de que me quiten la férula y que comience a escribir mejor, te prometo dejarte hartos y larguísimos chorizos de letras, pero por lo pronto tenme paciencia y sobre todo déjame ser algo perezoso...... hace tanto que no sabia lo que es no hacer nada!
Leí tu entrada de Cabral... Que triste!!!!!! Para los que me conocen no creo que sea sorpresa mi devoción por el hombre y el artista que era.
Te prometo contestar tu mail pronto, pero me ha dado gusto leerte en mi correo! No cualquiera recibe un mail personal de malbicho!
Cariños y abrazos...
no te me dejes de preocupar periquín, que yo aquí te espero sentadita y tejiendo cual penélope y aracné... dale un abrazo a los muchachos perdidos que se negaban a crecer, pero la madurez
ResponderBorrarlos alcanza
ResponderBorrar(...che laptop robada, me hace quedar mal)
cuídateme mucho
wouuuuuuuuuuuuu
ResponderBorrarexcelente Malbichito
sinceramente a mi si me molesta esperar
que esperen ellos ¿y yo por que? (modo Fox)
si soy puntual, espero lo mismo de los demás, si no, a la fregada, es algo que simplemente no va
saludos
de la osa, nose porque fregados no puedo entrar con mi cuenta, joderrrrrr