Buenas noches, soy malbicho y no soy alcohólica... los alcohólicos van a reuniones.
Bueno, lo anterior es un mal y gastado chiste, y la verdad es que justamente porque a voy a reuniones es que se me puede considerar alcohólica, aunque no son reuniones de doble A, por supuesto.
No hay mejor temporada para un alcohólico social que la navidad: entre brindis de fin de año, convivios, galas decembrinas (y sus respectivos cocteles), posadas y cenas, las oportunidades de alzar la copa entre risas y rica plática se suceden unas a otras. Y no hay mayor regalo para un bebedor epicúreo que tener en su propia casa a un estudiante de bar-man. Felizmente, en mi casa hay uno, gracias a él hoy me acompaño en mi tecleo con un Café café (café negro con licor de café). En otras ocasiones él me ha hecho merendar con un Café tres licores (kalhúa, amareto y baileys), con un Chocolatov (malteada de chocolate y vodka). Y a veces,si el día es muy frío, desayunamos Café colado (kahlua y calahua) o Ponche de leche (ron con brandy o coñac, huevo y leche caliente... pero sin hervir).
Pero volviendo a los festejos de temporada, nunca he disfrutado tanto de un coro navideño como cuando los escuchaba al aire libre, en una noche helada, con una copa de vino tinto caliente entre las manos; aunque parezca un crimen, un vino que se vacía en una cacerola y se aromatiza con vainilla, canela y piel de naranja, es una reconfortante manera de resistir el frío inclemente. Esta tradición al parecer viene de Alemania, y variantes de esta receta se disfrutan en otros países del norte de Europa.
Aunque para calentarnos en estas frías noches de posada no hay como el ponche mexicano, esa deliciosa infusión de frutas de temporada servida en jarritos de barro (aunque la practicidad de estos tiempos lo vierte en vasos de unicel), y rematadas con un buen "piquete" (un toquecito de ron o brandy, aunque algunos más finos lo que le ponen es vino tinto, y los más aventurados, tequila).
Para mí los festejos ya se pusieron rudos desde el viernes pasado (durante el evento anunciado en el pasado post), cuando mi mezquindad me hizo no querer desperdiciar ni el vino ni los cocteles de vodka y maracuyá, así que vacié en mi garganta las copas que no fueron elegidas por los convidados, con mayor rapidez de la que ameritaban. Al final terminé sosteniéndome de las mismas cosas que llevaba cargando -je-, con extremo cuidado fui colocando los pasos, las manos, las palabras y la voz para que no se me notara que estaba flotando en un mar de colores estrambóticos, y atravesé toda la ciudad (literalmente, del sur-poniente al nororiente) en un estado nefelibata, luchando por mantener los ojos abiertos y la boca cerrada.
Afortunadamente nunca se me nota cuando estoy pasadita de copas, además que procuro no estarlo nunca, tengo una tolerancia muy alta al alcohol y hasta tengo fama de aguantar mucho, pero en realidad no me permito excederme y siempre me detengo cuando empiezo a sentir que el control ya no es del todo mío, sin embargo, esta vez me confié a mi aparente invulnerabilidad y me dejé sorprender por la también aparente ligereza de los tragos. No iba sola ni manejando, así que no me puse (ni a nadie más) en riesgo, aún así, fue difícil llegar a casa, incluso llegué a estar casi una hora sentada en una banqueta, sosteniendo a otro que estaba peor que yo, esperando a que la más sobria del grupo consiguiera un taxi (sin lograrlo, que fuera viernes, y que la mayoría además recibiera su aguinaldo, volvió un caos la ciudad esa noche, tuvo que recogernos un taxi de sitio que tardó mucho en llegar y que nos cobró una millonada).
Me lo crean o no, es la primera vez que me pongo tan borracha, nunca me había pasado. La primera vez que tomé cerveza sí me excedí, ahí fue cuando empezó mi fama de "aguantadora", el grupo de muchachos con el que celebraba un cumpleaños (ajeno) se sorprendió de cómo atacaba las caguamas sin que parecieran hacerme mella, aunque en mi interior yo sí resentía el exceso, así que paré y me despedí, temiendo que en el trayecto alguien notara mi mareo y eso me volviera vulnerable, la noche estaba algo avanzada y algunos tipos me miraban con apetencia, lo cual me ponía muy insegura, sin embargo avanzaba fingiendo firmeza en mis pasos confiando en que fuera verdad que no se me nota cuando estoy briaga; la prueba final la pasé cuando llegué a casa y me senté junto a mi hermano mayor a ver como terminaba un programa de televisión, de naturaleza harto bromista, él no hubiera dejado pasar la oportunidad de hacer burla de mi estado, sin embargo no notó el aturdimiento en mí, ni tampoco mi padre, que sí aprovechó la ocasión de censurar mi hora de llegada y preguntar el motivo, cuando admití haber tomado "un poco" tuve otro descubrimiento: mi papá (un verdadero ogro en otras circunstancias) era un sol cuando de dar consejos etílicos se trataba. De ahí en adelante cuando me preguntaba sobre si había tomado, no era para lanzar un regaño sino para sugerir un trago o una forma de evitar las malas combinaciones. La cruda del otro día (que también era la primera en mi vida) contribuyó a convencerme de que no valía la pena sobrepasar mis límites.
Por eso esta vez me parece tan anecdótica, por primera vez sentía que mi cerebro funcionaba independientemente de mi cuerpo, me oía hablar sin reconocer el pensamiento que había originado esa frase, es más, me oía decir el gastado cliché de "te quiero mucho" a una persona que horas antes me era antagónica, eso es lo más me sacó de onda -je-. Colocar una copa en una mesa fue obra de todo un trabajo de ingeniería, calculando la elevación del brazo, la fuerza y la velocidad del movimiento, la firmeza de los dedos al sostenerlo y el ángulo de la muñeca al flexionar para depositarlo en la superficie. El mismo esfuerzo hacía al hablar, para evitar arrastrar la lengua o dejar salir alguna verdad incómoda, pues mi pensamiento parecía de paredes transparentes y la impertinencia parecía ser otra de mis características físicas. Me esforzaba tanto en no dejar ver mi estado que mis conversaciones y mis movimientos eran excesivamente lentos -aún para mí-, pero afortunadamente todo se le atribuía al cansancio y al fardo que teníamos que arrastrar, pues no fui la única con la feliz idea de no dejar que se desperdiciaran las copas servidas con el vinito de honor. No quiero dejar fuera el testimonio de que la gente es muy amable y solidaria cuando de soportar a un borracho se trata, recibí ayuda en todo momento de personas muy pacientes que me sonreían comprensivas ante mis continuos "gracias" y "disculpe", al verme arrastrar a un tipo muy sonriente que también murmuraba agradecido y apenado. El trabajo de ingeniería se duplicaba al tener que sostener sus trastabilleos con los míos, que afortunadamente quedaban justificados y camuflajeados. Para alguien que me conozca muy bien, la evidencia más inobjetable de mi borrachera era mi perenne sonrisa y las intermitentes carcajadas que la torpeza de mi amigo me causaban, porque en realidad soy muy impaciente con los borrachos -tal vez por eso evito tanto convertirme en uno-, y especialmente con él que me hace sufrirlo más seguido de lo que quisiera, con lo que mi tolerancia ya está muy gastada. Así que la sobriedad me hace ser más gruñona con él, pero esa noche estábamos muy conectados, riéndonos felices y divertidos ante los percances que nos pasaban.
Ahora que lo pienso, mi papá siempre fue muy generoso (e irresponsable) en cuestiones de alcohol conmigo, me recuerdo a los siete años, en una de sus reuniones de trabajo que siempre terminaban en pachanga, probando un conejito (vodka, rompope y granadina... o refresco orange crush, según otras versiones), que me pareció delicioso; en navidades y año nuevo nunca se me privó del rompope, la sidra, el vino o la champaña, de la misma forma en que siempre me fue familiar el sabor del pulque y el mezcal, pues nos los hacía probar en cada recorrido que hacíamos a algún pueblito o ranchería; fue él quien me enseñó a "curármela" con una Piedra, justamente al día siguiente de esa vez de las cervezas (y por cierto, ya les había dado la receta de este reconfortante trago en un post añejo); cuando tuvimos nuestras épocas más cercanas, me invitaba a comer a cantinas de inigualable sazón, en donde siempre tenía alguna recomendación sobre qué platillo pedir y qué trago probar; en las fiestas familiares siempre me insistía para que me acabara de un trago el caballito de tequila que me servía, para que me uniera a cantar con él, y fueron muchas las veces que me pedía lo acompañara cuando se refrescaba con una cerveza o una lata de tequila y refresco de toronja, en esas tardes calurosas que se sentaba bajo la sombra de un árbol en el jardín, cuando arreglarlo era el único trabajo que tenía después de jubilarse. Como un feliz plus, la Mamibicha tiene la misma inclinación por que yo la acompañe en sus brindis, a veces, después de una comida generosa propone un traguito digestivo, y recuerdo cuando antes nos sentábamos a ver alguna película, disfrutando de una copita de baileys y chocolates finos, que nos regalábamos al término de una larga jornada de trabajo doméstico (lujos que ya no entran en nuestra canasta básica, por cierto).
Siempre comparto este video al inicio de Año Nuevo (y cumple del Fanzín), pero hoy lo adelanto como inicio de las fiestas, mañana empiezan las posadas, y para celebrarlas, les prometo una entrada navideña diaria de aquí a Navidad, pa`que de una vez empecemos con los brindis:
Salute!
Adendum:
Por las estadísticas de Blogger me entero que muchos vienen aquí buscando la receta del ponche, bien, para que no vengan en balde y en compensación por haberse aburrido con esta entrada personal, aquí les dejo la receta que se hace en casa (y que nos alaban mucho):
Receta de ponche tradicional:
(las cantidades son para seis litros de agua)
Un kilo de caña en trozos
Medio kilo de tejocotes sin cáscara (previamente son hervidos en agua para poder retirárselas)
Medio kilo de tamarindo sin cáscara (de igual forma: se hierven y se les descascara con las uñas, es laborioso, ármense de paciencia)
Un kilo de manzanas cortadas en trozos pequeños (sin cáscara es mejor presentación, pero no es indispensable)
Un kilo de limas cortadas en rodajas finas
Medio kilo de flor de jamaica
Un kilo de guayabas partidas en cuartos
Dos piloncillos grandes (o azúcar mascabado)
Dos o tres varas de canela
Se hierven las frutas con la canela y el piloncillo durante una hora, o hasta que queden muy suaves. Se comprueba el dulzor, se agrega piloncillo o azúcar al gusto. Se sirve en jarritos de barro poniendo esmero en que contenga de todas las frutas. El "piquete" consiste en agregarle alcohol, una versión suave es ponerle dos vasos (de ocho onzas) de vino tinto en los últimos minutos de hervor (quince o diez), o bien, ya servido puede agregarse brandy, tequila o ron.
que empiece la fiestaaaaaaaaaa yeahhhhhhh
ResponderBorrarwait a minute, ni yo bebo, ni tengo fiestas
es más, que estoy haciendo aqui, debo seguir trabajando
saludos malbichito, de la osa malosa
Ahuuurita se me antojó un café. Tengo demasiado frío para otro tipo de bebida.
ResponderBorrarO un sistema de calefacción como el que nos recordó @JuanVilloro56 en twitter:
« En México, el mejor sistema de calefacción es el ponche »
Abrazo
bertrosa anonimosa:
ResponderBorrarno bebes?, òrales, siempre te he visto tan roquera que me imaginè que llevabas una vida bien salvaje
=)
marichuycita
por eso esos cafès son tan ricos, calientan chido, pero no sabes còmo calienta el vinito especiado caliente, un vodka, un coñac o un tequilita tambièn, cosa de irle probando
un abrazote caluroso a las dos, que empiecen a disfrutar las fiestas desde ya ;)
(yo ayer fui a un evento de variedades, no saben què gente talentosa, desde bailarines folclòricos, danzantes africanos, soneros veracruzanos, mùsicos gòticos, coros clàsicos, cantantes de mùsica regional pero con versiones alternativas... me quedè asombrada de tantas propuestas artisticas de personas que buscan crecer interiormente y expresarse)