El tren avanzó antes de que llegara a su asiento, la molestia de tener que equilibrarse se desvaneció cuando vio que daba a la ventana, no tendría que mirar los rostros de las otras personas, ni tampoco cerrar los ojos y fingir que dormía, podría ver la sucesión de imágenes que conformaban el paisaje, la rápida desaparición de los autos, las estampas efímeras de la ciudad que despertaba.
El olor la inundó, alguien abría una bolsa repleta de bendiciones culinarias para activar los pecados de la gula y la envidia; olía a infancia, a manos maternas guisando el relleno de un pan tostado, a despreocupación, a antojos satisfechos, a recesos escolares, a risas fraternas. No se había dado el tiempo para desayunar y el estómago le reclamaba, pero el tiempo estaba en su contra: desde que él dijo: “mañana a las once y media”, las horas eran sus enemigas y esa mañana le pusieron trampas.
El sol acarició su mejilla antes de atacar sus ojos, que se cerraron heridos por la luz. Retazos de conversaciones entraron en su cabeza:
- Ay, ¡no seas payaso!
- Todo lo que hizo fue sacarlo y dejarlo ahí.
- Enséñate a lavar tus tenis, a planchar tu ropa, que te veas presentada.
- No le dije nada, cuando lo buscaron estaba acostado, fumando… pero yo no le dije nada.
- Parece que ya venía o no sé, pero se quedó callada.
Abrió los ojos y los edificios grises le indicaron cuanto faltaba para llegar. Recordó su último encuentro, su mano apresando la suya, su rostro acercándose, sus labios capturando los suyos, liberándolos sólo para tomarlos de nuevo; sintió un abismo en el estómago, pero esta vez no era el hambre, era la emoción de recordar sus besos.
En cascada vinieron más recuerdos, sus palabras, el tono de su voz, su mirada, su cuerpo volcándose en el suyo.
Abstraída sólo notó el final del trayecto cuando vio ponerse a todos de pié y adocenarse en la puerta de salida, esperó a que todos salieran y entonces se levantó y se dirigió al andén, varias miradas voltearon a su rostro y siguieron sus pasos, incómoda ante la atención impertinente, apresuró su andar y bajó la cabeza. Alcanzó a oír risas, y la duda de sí eran por ella la hizo sentir insegura.
Ya en la calle la luz la sorprendió, debía caminar varias calles, con pasos ágiles cruzó la avenida aprovechando los últimos segundos que el semáforo le concedió con deferencia, siguió avanzando al mismo ritmo hasta que calculó que tenía tiempo de sobra, entonces bajó la velocidad y casi disfrutó cada paso al saber que esta vez llegó temprano: no lo haría esperar y no lo encontraría impaciente, se prometió tampoco impacientarse ella en retribución a que él no le reclamó su tardanza en la última ocasión, cuando su retraso fue por mucho más de una hora y sin embargo él la recibió con una sonrisa agradecida al verla. “Pensé que no vendrías”, había sido el único reproche antes de que tomara su mano y la guiara a la felicidad. Sorprendida, descubrió que todavía paladeaba ese recuerdo en sus labios.
Después de varias calles solitarias llegó al lugar indicado; entró y después de una rápida ojeada para certificar que él no estaba entre los presentes, tomó asiento en una butaca de la última fila para no llamar la atención de los que escuchaban al orador del frente, aún así varias cabezas voltearon hacia ella, se disminuyó en la silla y guardó silencio, tratando de entender lo que se decía, pero los pensamientos volaron hacia la forma en que él la abrazó la última vez, sorprendiéndola por la efusiva espontaneidad… y los besos, no podía dejar de pensar en sus besos… cuatro en total: el primero casi pareció accidental, como si un mal cálculo hubiera evitado que sólo lo recibiera la mejilla, pero la duda se despejó cuando el segundo le atrapó los labios y los mantuvo un instante retenidos, y en seguida vino otro, más largo y más intenso, y el último que se negó a terminar sin arrancarle un suspiro. Se dio cuenta de que sonreía abiertamente cuando el orador le lanzó una mirada interrogante, entonces se mordió los labios para guardarse la sonrisa, y se obligó a poner atención.
No llevaba reloj, pero el tedio le indicó que debía haber pasado ya una media hora más; una campanilla en la puerta de entrada indicaba cuando ésta se abría para dar paso a alguien más, ya había sonado varias veces, y en cada una, ella había volteado para adivinar su llegada en la silueta que se recortaba en el cristal de la puerta, en un esfuerzo pueril de ganar momentos de alegría antes de verlo aparecer en la sala; pero vez tras vez lo desconocía en la imagen que se clarificaba ante sus ojos, cuando la persona entraba y se incorporaba a la conferencia.
La voz del orador era gastada y demasiado suave, sin matices; sus gesticulaciones exageradas le agregaban una comicidad involuntaria a la figura envejecida y delgada, tan delgada y arrugada como si se le hubiera exprimido antes de lanzarla al frente, a que capturara la atención dispersa de un público aburrido. Un par de imprecisiones y una imperdonable falta de corrección política la hicieron despreciarlo, le prestó mayor escucha con la única finalidad de encontrarle más fallas, no le fue difícil. El tema no era de su área de conocimiento pero aún así le halló errores pues la persona no sólo no estaba actualizada, sino tampoco sabía expresarse de forma idónea. Tomó varias notas mentales para comentarlas con él y reírse a costa del viejillo que no sólo era ignorante sino presumía de una gran intolerancia. Le hubiera gustado levantarse y salir dramáticamente para manifestar su desagrado y desacuerdo. Pero dónde podría esperarlo. El sol estaba inclemente y no recordaba haber visto árboles que brindaran suficiente sombra. Y empezaba a temer que tuviera que esperarlo por un largo rato todavía, antes de convencerse que no llegaría. Había pasado tantas veces ya. Por lo menos aquí estaba sentada y cómoda. Y era fácil para ella dejar de poner atención a palabras torpes, sólo tenía que acordarse de él, de él y su voz, de él y sus labios.
Pero él no llegaba, la campanilla sonaba y sonaba sin que fuera su silueta la que se dibujaba, y la voz que entraba en su cabeza era la del viejillo que ahora bromeaba sin gracia, y las risas forzadas de los demás le molestaban, especialmente porque no eran tan forzadas: ¿qué la gente no se da cuenta cuando la información es errónea?, ¿cuándo las bromas son tontas?, ¿cuándo no es a ellas a quienes se espera ver llagar?
El viejillo por fin se calló después de una eternidad y varios se levantaron para abordarlo, otros para saludarse entre ellos y algunos más comenzaron a retirarse. Por un largo instante ella se sintió perdida, alguien comenzó a levantar las sillas y temió que llegaran hasta ella demasiado pronto, antes de que se hiciera a la idea de que tenía que devolverse exactamente por donde pasó con tanta ilusión de encontrarlo. “Ahí nos esperamos sin aburrirnos, por si alguno se retrasa un poco”, había dicho él.
Se inclinó para recoger su bolso y cuando levantó la cabeza lo vio frente a ella, sonriendo. No se disculpó, ni tampoco ella le reprochó nada, con un movimiento de cabeza él le indicó que salieran, todavía se entretuvo en intercambiar saludos con algunos que lo conocían, al salir le abrió la puerta y le cedió el paso mientras veía su reloj con pesadumbre. Sólo masculló “llegué tarde”, y ya. Ella se deshizo en los “no te preocupes” y “no hay problema”, pero el continuaba apenado; el camino no le pareció pesado a su lado, nerviosa, hablaba con torpeza del clima o de los errores del orador hasta que llegaron a la avenida principal en donde abordaron un transporte público, ahí él le explicó que tenía el tiempo justo para acudir a otra cita, que si lo acompañaba en lo que llegaba la persona que tenía que ver, podían tomarse un café y ponerse al tanto de cómo les había ido en estos días de no verse, pues lamentaba que no podría verla sino hasta semanas después.
Su sonrisa cálida era la misma de antes, de mucho antes, de cuando no había roces ni acercamientos, de cuando no la aprisionaba contra su torso ni sus labios buscaban los suyos. Él la animaba con palabras risueñas, con su risa fraterna y cordial:
- Vamos, por lo menos estos minutos para que me cuentes tus planes.
“Tus planes”, dijo… no los míos y los tuyos juntos, no los nuestros, no había un “nosotros” en esa frase. Movió la cabeza y sonrió triste, él insistió sólo una vez más y ella dijo que también para ella era tarde. Siguió un silencio denso, cargado de preguntas y de respuestas insatisfactorias, hasta que él lo rompió al decir que ahí tenía que bajarse. Acercó sus labios a su rostro y esta vez no falló en el cálculo al rozar con ligereza su mejilla. Ella lo vio levantarse y le sonrió a manera de despedida, volteándose justo a tiempo para que no viera la forma en que se le humedecían los ojos. Afortunadamente le había tocado el asiento junto a la ventana.
Cuánta tristeza sentí, creciente, mientras iba avanzando en la lectura. Tanto desplazare, hacerse ilusiones, para que al final todo se desvaneciera así.
ResponderBorrarSalidos de domingo lluvioso
sí, es una gran tristeza, la desilusión siempre lo es
ResponderBorrarMe encanta tu narrativa. Tienes una fluiez muy chida, amena, uno se pica leyendo lìnea tras lìnea, y eso no es muy fàcil de conseguir en una Internet plagada de blogs. Gracias por eso.
ResponderBorrarMe gustarìa proponerte un intercambio de links para el blogroll, dejàndote mi enlace para que eches un vistazo si gustas:
http://warmgunner666.blogspot.mx/
Y si te late la idea, me encantarìa que me avisaras vìa comment por allà, ¿te parece bien?
Saludos.
{{El Diablo}} :
ResponderBorrargracias!, es muy halagador tu comentario, pero no es sólo por eso que te lo agradezco, sino también por tu visita y por la molestia de dejarlo
ya me fui a dar una vuelta a tu blog y claro que acepto el intercambio, en cuanto te agregue al blogroll te aviso
bienvenido al blog =)