La Victoria Alada (o Ángel de la Independencia pa´ los cuates), es ya una jovencita de 99 años.
Hoy soy mexicana. Y al igual que Juan Escutia, me envuelvo en el legado de nuestros héroes, símbolo de la unidad de nuestros padres y nuestros hermanos, y me arrojo a una fiesta con sabor a pozole, con olor a pólvora y con voz de Jorge Negrete. Mi México lindo y querido se adorna con botonaduras de plata, se cubre con un sarape y no canta mal las rancheras aunque su acento sea yucateco y su lengua sea tarahumara. De norte a sur y de esta a oeste, los trajes de china poblana y de mariachi nos uniforman gracias a la herencia del Rancho Grande y del Peñón de las Ánimas; así seamos yaquis, purépechas, lacandones o chilangos de ascendencias mixtas. A pesar de que también son mexicanos, ni los voladores de Papantla, ni el mole rojo, ni la bamba, ni la danza del venado, ni el pulque, ni la cajeta, ni la guelaguetza figuran tanto en este mes patrio como el sombrero de charro, el tequila y los chiles en nogada, junto con otros de los símbolos de la mexicanidad que hemos adoptado y que nos representan a nivel mundial.
Patriotas y nacionalistas, maquillamos nuestras calles con las tonalidades de mi banderita, banderita, banderita tricolor; a la que desde niños sabemos venerarla, pues es mi bandera la enseña nacional y son estas notas su canto comercial… perdón, cántico marcial… pero es que la bandera también se ha convertido en gancho publicitario: basta hacerla ondear bajo los números que indican los descuentos y las ofertas de electrodomésticos, autos y mercancía de supermercados para hacernos saber que las empresas trasnacionales se unen a nuestros festejos de independencia (siempre y cuando ésta no sea económica), o que las empresas mexicanas se preocupan del desarrollo del país, ayudando con sus abonos chiquitos y usuras enormes, advirtiendo que esta vez el grito lo vamos a dar de gusto por estrenar casa o por ganar la lotería; que ya podemos festejar a la usanza gringa (comprando en baratas) o como lo hacen las televisoras con sus cantantes que residen en Miami y cobran en dólares, pero que hoy cantan ranchero con sus voces nasales y sus registros pobres.
Aún así, se levanta en el mástil mi bandera en la plancha del Zócalo, ese ombligo del mundo que hoy se disputan Ebrard y Calderón para pintarla del color de su partido. Se yergue jactanciosa en las azoteas de las casas, se pesca de las solapas de un saco o se aferra a las antenas de los autos, cuelga del espejo por el que nos mira el taxista, tapiza el cofre de un microbús o se deja caer desde lo alto de un edificio gubernamental. Ondea en el aire vanidosa, coqueta, orgullosa de sus colores… aunque estén en la cinta que lleva en la frente Juanito, el hijo desobediente de Iztapalapa.
Este mes patrio arrancaba antes con el Informe Presidencial, que no era más que un pretexto para rendir pleitesía al presidente en turno y tener un día libre de escuela y trabajo, pero que en la actualidad se ha transformado en una serie de spots comerciales que el deporte del zapping los hace perfectamente eludibles, así que ahora el fervor patriotero comenzó realmente con el milagroso resurgimiento de nuestra selección de futból y de la esperanza de colarnos al Mundial en Sudáfrica, justo cuando nuestro actual héroe nacional profanó la portería enemiga, pintando el festejo en cada rostro asistente al Estadio Azteca; seguimos conmemorando a los Niños Héroes, aunque no logremos recordar contra quién peleaban ni mucho menos de todos sus nombres (sobre todo desde que Fox aumentó la lista: ¿quién diablos es José Azueta?); celebramos el aniversario del himno aunque jamás lo hayamos leído en su totalidad y sigamos sin saber que significa bridón, aras o pendones; damos el grito y nos anticipamos al festejo del bicentenario, sin que sepamos distinguir bien entre los héroes de la Independencia y los de la Revolución, dando más importancia al día 15 que al 16, el cual sólo nos sirve para reposar la cruda, igual que damos más trascendencia la inicio que a la conclusión de la lucha independentista, y el día 28 pasa inadvertido, opacado por el recuerdo de las víctimas del terremoto del ’85, pero también de la solidaridad de los mexicanos en el día 19.
La ceremonia del grito es el clímax del sentimiento patriótico, la cúspide de la emoción por haber nacido en esta tierra bendita de Dios, el orgullo de que primero soy mexicano y mi sangre por mi tierra daré yo si el clarín me convoca a defenderla de la planta profanadora de un extraño enemigo. Este sentir se exacerba con los mensajes sobre los valores de nuestra sociedad, la grandeza de nuestra historia, la trascendencia de nuestra cultura, la nobleza de nuestro carácter, la alegría y el calor humano propios de nuestra gente; mensajes que se repiten en los medios que se adjudican parte del mérito de que así sea… en el caso de que así sea, pues ¿tenemos acaso en exclusiva la franquicia de la tradición, del folklor y de la gloria de un pasado histórico?, ¿somos el único pueblo que responde con generosidad ante la desgracia, con hospitalidad ante el visitante, con júbilo ante un festejo? O ¿por el sólo hecho de ser hechos en México, en nuestro contenido se encuentran por default todas estas cualidades?, ¿por qué entonces el primer lugar mundial de corrupción, secuestros y feminicidios?
Los estereotipos de nuestra cultura responden a la necesidad de reafirmar nuestra identidad nacional; se nos ha insistido tanto en que encajamos en el molde del ideal posrevolucionario que respondemos por reflejo a las canciones de José Alfredo Jiménez y a las películas de Pedro Infante. Nos brota el civismo por los poros cuando gana la selección mexicana y rodeamos el Ángel de la Independencia (curiosamente relegado durante el Grito y el Desfile) aunque se nos haya olvidado votar o declaremos nuestros impuestos “en ceros”. Nos enorgullecemos del esplendor de la cultura de nuestros ancestros sin preocuparnos por defenderlas de la creciente invasión cultural extranjera que aceptamos indolentes, y hasta complacientes. Porque sólo hoy es divertido tejer el cabello en dos trenzas, el resto del año sólo las “marías” los llevan así, y yo prefiero teñirlo de rubio; hoy es cool bailar el mariachi loco, el resto del año lo hacemos tarareando a Madonna o a Lady Gaga; hoy grito “¡Viva México!” a todo pulmón, el resto del año practico mi inglés y junto para irme al otro lado; hoy me cubro los hombros con un rebozo, el resto del año uso pashminas y chalinas francesas. Porque hoy soy mexicana, el resto del año… no sé.
*Texto reciclado, ya andaba por ahí flotando en la blogósfera pero me quise dar el gustito de traérmelo para acá (y mostrárselo a los que todavía no lo leen). En lo que puedo postear a diario, voy a programar algunas entradas con textos propios, ejercicios y debrayes.