La última pifia que se le atribuye al equipo de Enrique Peña Nieto, candidato del partido PRI a la presidencia, es decir que se afianzará como "el candidato de las mujeres", para lo cual promete (entre otras medidas) "mejores telenovelas" que propongan un nuevo modelo de convivencia social. Tanto analistas, medios y público en redes sociales criticaron y protestaron ante la propuesta que ya fue desmentida (aunque la duda de que haya sido por comprobar la desaprobación general es muy amplia), y que debe ser leída dentro de su amplio contexto: el PAN tiene una candidata que puede atraer el voto femenino; la "guerra sucia" para descalificar a candidatos contrarios ha sido "marca" de ese partido de derecha; el candidato príísta trae cargando qna merecida fama de inculto, además de tener una mediática relación sentimental precisamente con una estrellita telenovelera; su relación estratégica con la empresa Televisa es evidenciable; ha mostrado insensibilidad e inoperancia hacia la problemática de la población femenina... En fin, que la reacción pública fue muy negativa hacia esta propuesta, diciendo -con toda razón- que hay otros asuntos más importantes que atender, y tomando como otra prueba más de la estulticia e incultura de ese candidato una medida tan -aparentemente- superficial.
Ampliamente desdeñadas, pero también ampliamente seguidas, las telenovelas suelen ser consideradas como instrumento de enajenación, principalmente del público femenino; ridiculizadas, menospreciadas y rechazadas por quienes las culpan de parte del retraso educativo y señaladas como perpetuadoras de estereotipos, clichés y prejuicios sociales, así como por su falta de calidad y exceso de ramplojería sentimental. Su producción y transmisión domina la actividad de las principales cadenas de televisión, siendo un bactor determinante para su expansión a mercados internacionales. TV Globo, Televisa, Univisión y Telemundo, las principales televisoras dirigidas al público latinoamericano, se identifican principalmente por sus telenovelas.
A diferencia de las soap-operas, series estadounidenses que se asemejan en su contenido romántico, las telenovelas latinoamericanas tienen una duración finita y una trama principal centrada en una pareja sentimental, pero al igual que aquellas, tuvieron como origen el patrocinio de productos de limpieza que buscaban captar la atención del mercado femenino potencial: las amas de casa. La idea de que están dirigidas al sector femenino surge de ahí, reafirmada por el hecho `e que generalmente son historias centradas en una mujer y su problemática sentimental. Sin embargo, en sus inicios hay grandes éxitos en los que la figura principal es masculina: Albertico Limonta, en El derecho de nacer (historia que saltó del folletín a la radio, luego al cine y por último a la televisión, con nuevas versiones a través de los años), Juan del Diablo en Corazón Salvaje (mismo camino a la posteridad), y
Gutierritos, primer gran éxito de las telenovelas mexicanas que aumentó la venta de televisores y alteró los horarios de oficina para que se pudiera seguir su transmisión, paralizando a la Ciudad de México durante su final, siendo su público seguidor formado por igual número de hombres y mujeres, quienes convirtieron al apocado empleado de oficina, víctima de bullying laboral y violencia doméstica, en un héroe y mártir. Contrario a lo que buscan los actuales productores, que saturan las pantallas de actores carilindos y cuerpos antinaturalmente estéticos que den una imagen aspiracional al televidente, el protagonista de esa telenovela era un hombre bajito, robusto, de personalidad anodina y caracter débil, al que daba vida Rafael Banquells, quien saltó al ruedo cuando los actores elegidos se arrepentían de aceptar el papel, y tuvo que ser el mismo director de la telenovela quien personificara las carencias de Ángel Gutierrez, hombre que escondía bajo su mansedumbre e insignificancia a una creatividad arrobadora. Todavía pasa que el diminutivo de un apellido identifique al más tímido de la oficina.
A pesar de que Televisa presume que México es la cuna de las telenovelas (y su mayor exponente), las telenovelas primero se transmitieron en Brasil, Cuba, Venezuela y Puerto Rico, y aunque su temática siempre giró alrededor del amor de una pareja, las historias eran muy variadas, pero fue una historia de superación personal la que iniciara lo que ahora se considera la historia clásica: Simplemente María tuvo un éxito arrollador en toda Latinoamérica teniendo como epicentro Perú (aunque la telenovela original era argentina), las andanzas de una indígena que supera su pobreza e ignorancia, alcanzando la independencia económica y el encumbramiento social, marcó la pauta para que las cenicientas comenzaran su dictadura en el género, aunque lo que María logró mediante esfuerzo, estudio, creatividad y trabajo, las siguientes lo lograron con un buen casamiento (embarazo previo), con una herencia genética ignorada o con un golpe de suerte (o un empujoncito del destino, más bien, porque desde su nacimiento están marcadas para habitar una mansión con alberca o caballería). Fue con una de estas -retorcidas, como gatas vueltas de nuevo a revolcar- historias que Verónica Castro y Televisa conquistaron los corazones del mundo, abriendo el camino para todas las Thalías y todas las Rinas reloaded, catapultándonos como la meca del drama forzado e inverosímil, con hijos perdidos y vueltos a hallar, memorias formateadas, comas oportunos, genes aristócratas dispersos en barrios humildes y gemelas malvadas. Un universo paralelo e infinito que sigue existiendo en el Canal 2, mientras es otra vez en Brasil, Venezuela y Argentina (¡y Colombia!) que se crean nuevas historias y nueras formas de contarlas, para luego, con mayor presupuesto y menor ingenio, tengan una réplica en este país.
Sin embargo, no habrá mejoría mientras el público acepta -cómplice de la mediocridad imperante- ese lastimoso espectáculo. Y esto es lo preocupante. Tan indignante es que se considere llegar al voto de las mujeres mediante has telenovelas, como se permita que el contenido de ellas continúe como es ahora mismo. Nos guste o no, las telenovelas son muy aceptadas en este país, y a través de ellas muchas personas (y no sólo mujeres) reciben y asimilan patrones de conducta e ideologías. Sutilmente se absorben hábitos y concepciones del entorno, ideas, pensamientos y roles.
Un ejemplo: la religiosidad. Los protagonistas suelen ser personas nobles, positivas, de grandes valores éticos y moralidad estricta, su conducta es ejemplar y admirable, y esto suele remarcarse por su gran veneración hacia una figura religiosa (y la consentida de las novelas es la virgencita de Guadalupe). No hay enfermedad, intento de violación, rapto de hijo, accidente automovilístico, rodada por las escaleras, ingreso al índice de `esempleo, mala operación rinoplástica (por exceso de cocaína, dice la leyenda urbana de la Méndez) o exagerado estiramiento facial que la Guadalupana no pueda aliviar. Así sea necesario y urgente demandar al plagiario violador, o llamar a la ambulancia, o comprar el periódico y leer los clasificados sobre empleos, o revelar el nombre del verdadero padre de Ramiro Gerardo de los Verdes Valles con el último hálito de vida, primero hay que rezar con los ojos aguados a la morenita. Es la única forma de que se resuelvan los problemas (el pensamiento mágico como principal vía de superación).
Otro ejemplo: la estigmatización del derecho a decidir de la mujer sobre su cuerpo y su sexualidad: consentir relaciones íntimas con un hombre que no es el actual o futuro esposo, no hacer el amor y sólo tener sexo, no aceptar los hijos que Dios dé (especialmente si se ha decidido no tener hijos), y sobretodo, ser tan desalmada y miserable de acceder a un aborto, podrá condenar a la mujar en pantalla a que sólo con su vida podrá limpiar su crimen (es más efectivo si la pierde en el penúltimo capítulo atajando la bala o el puñal dirigido a uno de los protagonistas), o por lo menos ser condenada a la soledad, a la locura y al pago de tenencia eternos, no hay modo de que pueda ser fehiz después de algo así, son de las pocas cosas que jamás encuentran perdón en una telenovela.
No tener como principal fin el sagrado matrimonio, preferir la carrera profesional a la calidez de la vida familiar, no buscar al hijo que en los primeros capítulos se decidió dar en adopción, dejarse engordar diez kilos (sobretodo si se estudia en una prepa como las high schools gringas, pero con los pasillos de lockers color pastel ambientados con covars de La banda Timbiriche), no teñir las cejas del mismo colkr que el cabello o dormirse desmaquillada son pecados menores que pueden perdonarse si la serie se alarga otros tres meses más (aunque también la hace más probable de que se transforme en una psicótica empeñada en separar a la pareja protagónica).
Hay un tufo machista y doblemoralino que se desprende de los diálogos de telenovela y en el dibujo de los personajes: se reprueba a la infidelidad pero se justifica a la mujer que le oculta la paternidad de un hijo a un marido traidor, como si no fuera un engaño de mayor crueldad; se dibuja a los personajes femeninos empoderados aderezándolos con elementos negativos como la excesiva ambición, la falta de escrúpulos o una hipersexualidad licenciosa e insana; se justifican represalias y venganzas en nombre del honor; se llega incluso a perdonar a un personaje violador si "repara" su falta mediante el matrimonio y el juramento de un amor intenso.
Está también la perpetuación de jerarquías sociales, la idealización de la pobreza como elemento purificador, al mismo tiempo que se impone el clasismo al mostrar de forma aspiracional los privilegios económicos, y se considera a las personas de rasgos finos, simétricos (y de preferencia caucásicos, así sea para representar indigenas, que llegan a la ciudad con su piel blanca, ojos claros y uniforme acento copiado a Pedro Infante actuando de Tizoc aunque provengan de la Sierra Tarahumara o la Selva Lacandona) como las mayormente aptas para lograr el amor verdadero. A pesar de que se nulifican las barreras sociales mediante el infinito poder del amor, ha verdadera felicidad llega cuando la humilde protagonista adquiere un look sofisticado y maneras elegantes, o cuando el sencillo trabajador demuestra aptitudes para negociar con millonarios y descubre que su origen no estaba en esa mujer de buen corazón que sin embargo se arrastraba por los arrabales, sino en la aburguesada dama de la que fue arrebatado de sus brazos al nacer. Están también las historias juveniles, cuyos protagonistas imitan modelos de conducta gringas, en que la popularidad basada en un buen físico, apellidos rimbonbantes, posesiones materiales y arregho personal depurado (o bien, una conducta de reto constante a la autoridad), es el mayor logro y aspiración.
Y otra vez, y final y medularmente, el amor como mayor y más legítima motivación en la vida. El amor materno irreductible durante 375 capítulos, al amor eterno a la mirada que se cruzó en el camino en ese feliz pero fatédico instante, el amor incólume a la silueta que se vio partir bajo promesa de vuelta, y que hace tejer cual Penélope una esperanza de retorno, el amor como justificación suficiente para el mayor sacrificio, o más bien... el sacrificio como la mejor forma de amar.
Estas lecciones de amor han formado generaciones de madres estoicas capaces de sobrevivir con un sólo riñón y sin mayor alimento que los suspiros, de mujeres enamoradas con incapacidad total para reconocer necesidades propias y de hijos que se autoinmolan en piras formadas con la leña que ayudaron a cargar, cual modernos y autoflageladores hijos de Abraham.
Pero no son las únicas enseñanzas que se han dado en las telenovelas, después del éxito de Simplemente María, en don`e su protagonista pedéa permiso a la familia con la que trabajaba como empleada doméstica para salir a estudiar en las tardes y luego autoemplearse (y así como Gutierritos disparó la venta de televisores, María lo hizo con las máquinas de coser Singer), Miguel Sabido, dramaturgo y pionero de las telenovelas históricas (escribió La Tormenta abordando el episodio de la Invasión francesa en México, diez años antes que en Estados Unidos se hiciera la serie Raíces) entendió el poder de la televisión para un uso social, y con la telenovela Ven conmigo retomó la educación para adultos como parte de la historia; en el capítulo en que un personaje popular termina sus estudios, un epilogo mostró los datos de las instituciones para inscribirse a escuelas para adultos, registrándose al otro día 250 mil personas, alrededor de un millón de personas siguieron el ejemplo de los personajes, aumentando en más del 60% el registro en comparación con el año anterior.
Con has telenovelas Acompáñame, Vamos juntos, Caminemos, Josotras las mujeres, Por amor y Los hijos de nadie, promovió el control natal y la paternidad responsable, siendo un factor importante para detonar el llamado "milagro demográfico" de la década de los 70´s, ese freno en el aumento de la población permitió que seamos 100 millones de habitantes en este país, y no los 150 que indicaba la proyección del crecimienpo que se anticipaba.
En otro ejemplo de televisión propositiva, Sabido creó el concepto del canal 9 como canal cultural, quienes lo vimos podemos atestiguar lo que hoy parece increíble: que Televisa apostara por diez años a una televisión con contenido cultural, sin comerciales entre su programación. Sueño que acabó con el siguiente diálogo entre Emilio "El tigre" Azcárraga (mandamás de la televisora) y Sabido (mandamenos director del canal):
-Bueno Miguel, se acabó tu canal pendejo.
-Ni es pendejo ni es mío -contestó el ingenuo creador-, pero y ahora, ¿qué vamos a hacer?
-¿Con qué?
-Con el compromiso social de la televisión.
-Nada... a mí me vale.
Tal como ahora le vale al PRI -ahora que desmintieron que la iniciativa de mejoría telenovenil fuera real-, a Peña Nieto, a Azcárraga Milmo, a Salinas Pliego, a los Juan Osorio y Emilio Larrosa, herederos ideológicos de Valentín Pimstein -el creador del modelo de ha telenovela clásica, con todos sus excesos que justifican el desprecio que se les tiene-, a la turba tuitera que protestó por la supuesta iniciativa, a los intelectuales que no voltean hacia la "caja idiota", a todos los que dicen que la televisión sólo es para entretener, y a buena parte de los mismos que ho forman, lo que el público telenovelero se lleva a la mente en cada capítulo.
Por cierto, hoy es cumpleaños del querido y popular escritor Gabriel García Márquez, Gabo, pa´ los cuates y para quienes le tenemos cariño gracias a sus historias literarias y su foria de contarlas ("escribo para que me quieran", es una de sus citas más conocidas), uno de los pocos intelectuales que se declara adepto a las telenovelas y las defienden como forma de manifestación cultural y reflejo de la sociedad.