En El Fanzine ya hablamos de una de las mujeres revolucionarias:
Juana Gallo. Y viene a cuento porque si hay una imagen que se nos ha vendido es esa mujer entrona, engallada, hombruna y que reafirma su supremacía sobre un ejército de hombres con una ceja arqueada.
La Valentina, La Cucaracha, La Soldadera, Flor Silvestre y Enamorada fueron películas que contribuyeron al estereotipo que el cine nacional construyó con ayuda de estrellas como María Félix, Dolores del Río y Silvia Pinal, y aunque las soldaderas iban a ser las que protagonizaran el segmento de la revolución mexicana en la película ¡Qué viva México!, de Serge Eiseinstein, que pretendía narrar la lucha revolucionaria desde la óptica de las mujeres que participaron en ella, simbolizando a las madres de la moderna nación mexicana, sería hasta más de una década después cuando el cine mexicano en su etapa dorada, abordara la figura de la soldadera, centrando la participación de la mujer en ese episodio histórico, en la de las mujeres que en letra de Elena Poniatowska se describen así: "Cientos de Adelitas y Valentinas cuyo destino no sería tan ideal como los corridos que las cantan y que, valientes, rabiosas, leales y trabajadoras, se sumaron —con un rostro que a medias recuerda a la virgen inmaculada, a medias a la bruja salvaje y viciosa— al atroz himno de sangre y muerte con que se construyó la revolución mexicana".
Aunque la visión cinematográfica crea un estereotipo de mujeres con características masculinas, bravas y aguerridas, al mismo tiempo que resalta su condición de mujer abnegada siempre dispuesta al sacrificio y detrás de su hombre.
La realidad variaba según el grupo revolucionario al que pertenecían, sin limitarse sólo a las faenas domésticas y conyugales, pues aunque sí cumplían con el papel de cocinera, enfermera, aseadora, madre, amante y compañera, algunas también ocultaban en los dobladillos de sus faldas documentos y municiones, servían de correos, espías de los pueblos(disfrazadas de vendedoras o prostitutas), recaudadoras de fondos, abastecedoras de armas y como combatientes de batallas, ocupando incluso rangos de comandantes, coronelas y oficialas en los ejércitos de Madero y Zapata, aunque no con la misma "oficialidad" que los hombres con el mismo cargo. Y en el libro Las soldaderas, de Poniatowska, se cuenta la anécdota de cuando Villa mató a un soldado para que sirviera de escarmiento para quien quisiera hacerse acompañar de su mujer en la lucha.
Algunas de ellas: Esperanza Echeverría, oficiala del ejército maderista y que lo acompañó en su entrada a la Ciudad de México. Del mismo grupo también destacó Carmen Parra, en Chihuahua, conocida como "La Coronela Alanís" y Mariana Gómez Gutiérrez, maestra que con la abierta aprobación y reconocimiento de Pancho Villa, realizó labores de periodismo, líder combatiente y pagadora del ejército, hasta ser recluida en Texas. En Sinaloa Ramona R. de Flores "La Tigresa", Valentina Ramírez y Clara de la Rocha participaron en la toma de Culiacán. Al lado de los zapatistas fue comandanta Rosa Bobadilla y la Güera Robles, que masculinizó su apariencia para comandar a más de un millar de hombres. Y la muy popular entre la tropa, Adela Velarde Pérez, que hacía labores de enfermería con los heridos villistas de la División del Norte, entre los cuales se encontró Antonio Del Río Armenta, quien compuso el corrido clásico. Platica Tomasa García: "A todas nos decían adelitas, pero la mera Adelita era de Ciudad Juárez ... ella decía: ¡Órale! Éntrenle y el que tenga miedo que se quede a cocer frijoles ... Éramos muchas: la Petra, la Soledá ... y la mayoría sí servíamos para combatir".
Y pese a que la participación de las soldaderas fue muy valiosa y su compromiso al luchar contra la injusticia se evidenció durante ese período revolucionario, en la práctica para el ejército eran consideradas menos valiosas que los caballos. Pero no todas estuvieron en los campos de batalla, en todos los estratos sociales y en todas las facciones, las mujeres también trabajaron como despachadoras de trenes, telegrafistas, enfermeras, farmaceúticas, empleadas de oficina, reporteras, editoras de periódicos, maestras y mujeres de negocios.
Juana Belén dirigía el periódico Vésper, en defensa de los mineros y contra el gobierno de Díaz; Guadalupe Rojo, directora del diario Juan Panadero fue encarcelada por defender campesinos de Yautepec; Emilia Enríquez desde la revista Hogar y Julia Sánchez desde el periódico El Látigo Justiciero también evidenciaban injusticias y promovían ideas libertarias. Ligas femeninas antirreeleccionistas apoyaban a Madero desde su campaña electoral, siguiendo el ejemplo y la asesoría de Carmen Serdán (incluso desde la cárcel), asociaciones como Las hijas de Anáhuac, formada por obreras textiles defendiendo sus derechos laborales, así como el emblemático Club Lealtad y Las hijas de Cuauhtémoc se organizaron contra el gobierno huertista, y la Sociedad de Empleadas de Comercio fue pionera en brindar capacitación y apoyo a sus socias.
Hermila Galindo, secretaria particular de Venustiano Carranza y directora del semanario La Mujer Ilustrada, es uno de los rostros del feminismo y la participación de la mujer en la vida política durante el constitucionalismo, organizando losdos primeros congresos feministas en el país y propulsando las primeras leyes sobre las leyes laborales, el divorcio, el matrimonio y la paternidad (en beneficio de los derechos de las mujeres), así como iniciativas con respecto a la violación, el aborto y el voto femenino. Sin embargo estas iniciativas fueron rechazadas por una postura patriarcal y moralista que ignoró la participación de la mujer durante el proceso revolucionario y las marginó de la actividad política, así como las sujetó a una moralidad conservadora y represiva, y en la práctica las leyes sobre matrimonio y divorcio aprobadas no tuvieron mayor impacto dado el conservadurismo social imperante.
Y también hay que destacar el papel que tuvieron las esposas de los personajes políticos protagonistas del período revolucionario: Sara Pérez Romero, esposa de Madero al que brindó abierto apoyo en su causa antirreeleccionista y que no abandonó el país sino hasta la muerte de su esposo.
Josefa Espejo "La Generala", esposa oficial de Zapata, criticada por su origen de clase acomodada y perseguida por los enemigos de su esposo durante toda su vida.
Luz Corral, legítima esposa de Pancho Villa -entre otras quince-, quien asesoraba a su marido y cuidó de todos sus hijos tras su muerte. Virginia Salinas Carranza y María Tapia, primeras damas bajo el gobierno de Carranza y Obregón, respectivamente, así como María de Paula Emiliana Ninfa Águila Moya, descendiente de una acaudalada familia criolla que perdió su fortuna durante la intervención francesa, y que recuperó su nivel social cuando ascendió a Primera Dama durante el gobierno de su esposo Victoriano Huerta.
De esta forma, la historia de la Revolución Mexicana está en deuda con las mujeres al no reconocer más que de forma anónima e indefinida la importancia de su participación durante la misma, por medio de ese imagen abstracta de la soldadera, y el estereotipo que la inventiva popular y cinematográfica le diseñó.