Y tenía tantas ganas. Sentía unos diques en los ojos conteniendo un desborde inminente. Subi y bajé del transporte, pedí permiso, evadí atropellos, hice un último esfuerzo de caminar los últimos pasos hasta mi casa. Sentía la necesidad de hacer una escena digna de una película de la época del cine de oro nacional, o de telenovela ochentera: subir las escaleras corriendo, abrir la puerta de mi recámara y lanzarme a la cama, sollozante; o dejarme caer en un sillón y apoyarme en uno de sus brazos para ocultar el llanto entre los míos (sin lograrlo, claro, porque la sonoridad y la violencia de los sollozos debe exceder la protección de los brazos sobre los que uno se recarga, teatralmente). Lloro muy bonito, siempre me lo han dicho. Ya sea en silencio, dejando fluir las lágrimas con estoicismo, o bien, sollozando con suavidad casi tímida, o mejor aún, dejando salir todo el llanto sin mesura, con quejidos y espasmos que conmuevan y contagien a los que asisten a mi sufrir (no es mi culpa que mi dolor sea tan estético, que mueva a la solidaridad y a la empatía). Pero se me olvidó. Algo entre la convencionalidad de responder a los saludos e inquisiciones familiares, y la practicidad de aprovechar que la comida estaba caliente, me hizo postergar de momento mi desahogo. Una cosa siguió a la otra y de repente la plática se volvió muy entretenida. Luego la televisión también lo fue. Y la convivencia virtual. Después hacía calor, y ni modo de encerrarme con mi dolor en un cuarto que guarda toda la calidez que recibe durante el día, a través de sus ventanales. Así que mejor salir con un vaso de agua en la mano al patio fresco, y ahí entretenerse con los juegos de los niños, y con las historias que salen de las bocas de las hermanas y de las páginas de un libro. Llegó la noche y con ella cierta calma... y la cena. Y las manos de mi madre transformando el amor en bebidas espirituosas y bocadillos amorosos. Había entonces que corresponder su atención con otro tanto, y escuchar, otra vez, la historia de la tía Toña, a la que le salieron manchas en la piel de tanto temer la llegada de la noche y la consiguiente exigencia de su marido alcohólico de cumplir con su obligación de esposa. Cuando empezaba a oscurecer la tía Toña empezaba, a su vez, a restregarse las manos, nerviosa, y a tratar de distraer su terror con las agujas y los hilos de tejer, a retrasar el momento de dormir convidando a sus hijas a cenar, o con esos ataques súbitos de higiene que la hacían sacar brillo a baldosas y mosaicos en la cocina, o bañar a los nietos, o a solidarizarse con la pena de alguna vecina por un primo muerto, acompañándola a rezar el rosario. La casa de la tía Toña era la más limpia, y se veía de lo más linda con sus sillones cubiertos con carpetas, las primas eran unas mujeres de caderas amplias y mejillas generosas en sonrisas y carnes, de tanto merendar flanes y conchas sopeaditas en el café con canela, mientras los nietos tomaban su leche con los cabellos relamidos y húmedos. ¿Quién iba a decir que la tía Toña, de caminar lento y hablar pausado, que parecía retener el tiempo a su antojo entres sus pasos y entre cada verso cantado en las letanías, y cada saludo a las vecinas de las que se volvía confidente y cómplice durante las largas conversaciones en las banquetas fuera de su casa, se consumía de estrés y nerviosismo? Y de miedo. Porque no importaba cuánto tardaran los nietos en dormirse, espabilados por el baño nocturno y las fuertes restregadas a las rodillas percudidas; no importaba cuánto tardara el canto de duelo en las casas cercanas; ni cuánto tiempo se llevara en terminarse ese mantel deshilado, adornado con petunias en punto de cruz, el tío Juan siempre esperaba paciente, pero ansioso, el momento en que su esposa se metía en la cama para obligarla a cumplir con el sacramento sagrado del matrimonio y con su deber conyugal, así ella se resistiera por dolor, asco o vergüenza. Una semana después de que sus hijos festejaran en grande las bodas de oro de sus padres, la tía Toña pudo por fin descansar una noche, sin miedo y en paz. A la fecha el tío Juan sigue honrando la memoria de su esposa, llorando al recordarla y repitiendo siempre cómo luchó por darle todo lo que ella merecía, y lo feliz que fueron todos esos cincuenta años. Cuando mi madre terminó su historia ya casi era la madrugada. Yo había terminado el té con que buscó aliviar la creciente resequedad de mi garganta -que desde ahí ya se anunciaba severa-. Nos dimos las buenas noches y nos retiramos a descansar, no a dormir, pues el sueño es algo que se nos escapa siempre. Y esa noche agonizante la soledad, el desamor, la tristeza y la insatisfacción también se arroparon conmigo, acunándome, arrullándome. Pero se me olvidó llorar. Quizá por eso luego el llanto salió más amargo y agrio... no es buena idea dejar fermentar esas cosas.
Parecidos (Segunda parte) - Furio
Hace 2 días.
10 ideas en tránsito:
dicen que las penas con pan son buenas...
pero de que regresan, regresan y por tus lineas finales llegan al doble...
es bueno no estar solo cuando uno se siente mal...
pero en ocasiones estar solo es un mal necesario...
no se te olvido llorar solo te aguantaste como las "machas" =)
eres muy fuerte aunque seas fina para desahogarte...
como sere yo? nunca me lo he preguntado, pero ahorita no tengo ganas de averiguarlo...
Malbi... aqui esta mi hombro si necesita apoyo!
cuidate, abrazos
No sé qué decir: a veces creo que no poder llorar debe ser muy triste. Como sea, llorar es una forma de alivio aunque en el momento duela tanto. Lo malo de no poder llorar en el momento es que, como los reproches guardados, cuando al fin se puede hay demasiado acumulado y, al romperse el dique, salen torrentes de lágrimas.
Un abrazo Bichi
Te admiro. Dame la receta y un abrazote sanador.
@Ana
gracias por el hombro y las palabras... en realidad creo que el llanto se postergó solo, al final no había tal urgencia, y lo bueno es que siempre tenemos la receta de oliverio girondo para llorar a lágrima viva:
Llorar a lágrima viva.
Llorar a chorros.
Llorar la digestión.
Llorar el sueño.
Llorar ante las puertas y los puertos.
Llorar de amabilidad y de amarillo...
gracias, me encanta saludarte otra vez por aquí
@marichuy
no poder llorar debe ser terrible, creo que agudiza y preserva el dolor más tiempo, el llanto es sanador, como bien dice Cassiopeia, es un filtro que también ayuda a destilar los sentimientos más nocivos, lo cual siempre es bueno
gracias por el abrazo mi marichuy querida
@Cassiopeia
ves?, me haces falta, yo no tengo recetas y tú eras mi fuente de tips
y nos damos ese abrazote que tanto bien nos hace siempre, un besote mi Cassio
Jajaja!
Alucinas!
Regreso a esa casa cuando no me queden lagrimas saladas y agrias.
Mientras, me tienes en las otras dos casitas "estres free"
Besitos de coco!
http://www.youtube.com/watch?v=137kn7dUQkU
Orales, idependientemente de las chilladeras, me fascinó la forma en que lo cuentas. Por momentos me abriste el apetito con los chocalates espumosos, otros me hiciste desear a tu tia Toña, un marido más considerado e imaginativo (no pienses mal) y finalmente me recordaste esos llantos agrios, que se echan a perder de tanto guardarlos.
Saludotes
@jaspo
cuáles chocolates espumosos? -je-, aquí no se mencionó nada de eso, tú traes tus propias proyecciones -je-
la tía toña se merecía, sin duda alguna, una mejor vida y un mucho mejor marido (lo bueno que por aquí no paran todavía los primos, que si me leyeran no estarían tan de acuerdo, quizá... o no sé, por lo menos una de ellas sí estaba siempre inconforme con el trato que su mamá recibía... su historia se me hace terrible, por lo real y lo "normal" que es, quizá lo dulcifiqué mucho, en realidad me parece indignante esa situación en que están muchas mujeres, presas de los convencionalismos y de una formación restrictiva, que ni siquiera se atreven a pensar que son dueñas de su propia sexualidad
saludotes, jaspo
=)
jjajajaja, si que me proyecte, he aquí el detonante de mi proyección "merendar flanes y conchas sopeaditas en el café con canela". Será que las conchas sopeaditas, sólo las concibo con chocolate espumoso.
Así es, el caso de tu tía toña suele ser muy compun en nuestra sociedad, afortunadamente (creo) hay más mujeres que hacen respetar su "No", ante neandertales cmo un servilleta, afortunadamente hay mpas leyes que ya tipifican la violación aún dentro del matrimonio, y afortunadamente hay gente como tú que lucha a través de la difusión, contra estos usos y costumbres.
Un abrazo
@jaspo
igual, pero la verdad es que mi tía no hacía chocolate sino café de olla, al que luego se le podía agregar leche... y ahí sí ya saben bien las conchas sopeaditas (y hasta un bolillo duro, je)
sí se va avanzando, poco a poco y a veces parece que se dan pasos atrás, pero no: sí vamos pa'lante... un abrazo, mi jaspo
A mí siempre se me olvida llorar. Luego lloro peor que Magdalena.
Me empieza a dar miedo el que se me olvide llorar pq últimamente ya no puedo. Y, como dice marichuy, es triste no poder llorar.
Mejor lloremos.
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