domingo, 1 de febrero de 2009

Noche de Estrellas en el Zócalo.


Péeerense... ni Yuri, ni Anahí, ni Pee Wee... estrellas de a de veritas.

Como inauguración del Año Internacional de la Astronomía, y en un esfuerzo conjunto de varias instituciones chipocludas en la materia -la UNAM, el IPN, el INAH, el INAOE, entre otras-, en la plancha del Zócalo se colocaron 50 telescopios para observar el cielo, un planetario inflable, carpas informativas y demostrativas, y espectáculos artísticos, alusivos (como el performance del grupo Bengala, enfundados en luminosos trajes "celestiales", o el teatro guiñol referente a Galileo Galilei), o de entretenimiento (como la música prehispánica de Jorge Reyes y el son jarocho del grupo Cojolotes), para llevar a cabo el evento de La Noche de Estrellas.

1er. lugar del concurso Cartel IYA 2009


Simultáneo a los otros 21 puntos de observación en el país (sitios arqueológicos o históricos), emulando como observaban el cielo los mesoaméricanos, y con el objetivo de estimular el interés por la astronomía en los estudiantes y sociedad en general, además de difundir los últimos avances y descubrimientos en la materia, el Zócalo se sumó a la intención de resaltar las contribuciones de la Astronomía en la ciencia, a 400 años de que Galileo Galilei usara un telescopio para preguntarle al cielo sus secretos.
Talleres, juegos familiares, conferencias, exposiciones, firmas de autógrafos de astrónomos mexicanos reconocidos, transmisión en televisión en vivo, filas, filas, filas, filas, filas... miles de personas formadas más de tres horas para "alcanzar una estrella" a través de los telescopios colocados por la UNAM y el Poli, para poder ver las imágenes en 3D, entrar al planetario o a una conferencia y llevarse un poster de recuerdo. Algunos privilegiados llevaron telescopios propios.

Imposible percibir algo dentro de las carpas sin una previa formación estoica. Un improvisado grupo de bailarines intentó atraer la atención aprovechando el ritmo percusionista del grupo en el escenario, contorsionándose al tiempo que dominaban varios objetos, hasta que un representante de la ley hizo valer la autoridad de su uniforme para negar el derecho a la espontaneidad.

A las diez de las noche, y después de la expectante cuenta regresiva, las luces de los edificios que rodean la plancha de concreto "brillaron por su ausencia" -literalmente-, con excepción del campanario de la Catedral, el irritante letrero que anuncia los segundos que faltan para el bicentenario independentista y el "unicentenario" revolucionario -que nunca se apagaron-, y la pantalla gigante con el promocional del evento que se opacó hasta que lo exigió el abucheo multitudinario.

El cielo, mágicamente despejado del cúmulo de nubes que lo dominó desde horas antes, fue señalado por lasers, indicando hacia donde se debía dirigir el obediente ojo masivo, pero pocas estrellas se asomaron tímidamente.
Sólo la luna -con su media sonrisa chueca, menguada por un falso cinismo que encubría su satisfacción de saberse objeto de admiración voyeurista- se mostró generosa.

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