domingo, 17 de mayo de 2009

Paseo Dominical. Un Brindis en la Casa de los Azulejos.


En Madero está la casa de los Condes del Valle de Orizaba, menos hermosa
que el palacio de Iturbide, pero más viva.
Su dueña decidió revestirla enteramente de azulejos.
Hacer de la decoración interior del baño o de una cocina, el exterior de un
palacio, es algo más que un capricho.
Es una victoria de la pasión sobre el llamado buen gusto. Un verdadero
streap-tease arquitectónico.

Octavio Paz.

Entro por la gran portada y el zagúan debajo del balcón suntuoso y rematado por un hermoso nicho, con el espléndido trabajo de cantera enmarcando los azulejos.

Hay dos versiones para que la fachada del edificio de estilo barroco novohispano esté adornada así:

La del hijo del Conde del Valle de Orizaba, de costumbres tan disipadas que hizo exclamar a su padre: "¡Tú no llegarás a viejo, ni harás casa de azulejos!", reclamo que caló hondo en el alma del joven, recomponiendo el camino y trabajando arduamente hasta reunir una gran fortuna y vestir el palacio heredado con azulejos. La otra -que tiene mayor credibilidad- es la de la quinta Condesa del Valle de Orizaba, que, tras vivir todo su matrimonio en Puebla y enviudar, llega a la Ciudad de México para ocupar la residencia, para lo que la mandó restaurar y recubrir con los típicos azulejos poblanos.

Atravieso el patio principal -ahora utilizado como comedor principal-, con influencia mudéjar, aderezado con columnas y una fuente; escoltada por el mural "Ominiscencia" de José Clemente Orozco, subo por las escaleras ataviadas con lambrines de azulejos, las mismas escaleras que vieron morir a uno de los condes por no ceder la mano de su hija a un pretendiente, me siento en una mesita alta del bar, por cuyas ventanas abiertas se cuelan las notas del organillero en la calle Madero, y brindo mientras el cantante comienza la canción de Pablo Milanés que lleva mi nombre (no, malbicho no... mi otro nombre).

Antes de encontrarme con quien me citó ahí, hojeo unas revistas, las de moda dicen que las prendas recicladas que porto, y el calzado cómodo que elegí para no torturar mis sufridos pies -que ya suficiente tienen con cargarme-, me dan un toque bohemio-chic muy actual. Qué bueno, primera vez que ando a la moda, irónicamente cuando llevo más de un año sin estrenar nada. Así no desentono tanto con la gente que entra ahí, con ciertas ínfulas burguesas, como si el edificio continuara recibiendo a la aristocracia, como cuando era el Jockey Club antes de la revolución, y había salones de lectura, billares, salón fumador y de armas. O cuando se transformó en fuente de sodas y droguería, bajo la administración de Frank Sanborn, y era centro de reunión de gente elegante y cosmopolita. Luego ese novedoso concepto crecería con los servicios de tabaquería, tienda de regalos y revistas.

Pero ya no son los aristócratas, ni tampoco los historiadores, filósofos, escritores, periodistas, historiadores y artistas destacados los que acuden a sus mesas. Ahora acudimos gente simple aparentando no serlo. Pero el edificio sigue siendo mágico, aún albergando la matriz de la cadena de restaurantes Sanborn´s, ahora propiedad de Slim, y que se reproducen como cucarachas en toda la ciudad -bueno, un poco menos que los Starbucks-.


Llueve mientras bañamos la conversación con vodka. Luego salimos y empezamos a andar por el húmedo callejón de La Condesa, donde hace más de doscientos años, dos caballeros se negaron a retroceder para darle paso al otro, argumentando su linaje, aguardando durante tres días y tres noches a bordo de sus carruajes hasta que, salomónico, el virrey decidió el retroceso de ambos.
Orden cronológico de las fotografías: 1. Grabado del s. XIX, 2. 1902, 3. 1915, 4. 1930. 5. Época actual.

2 ideas en tránsito:

marichuy dijo...

Cuando era niña, vivía -siempre viví con ella- con mi abuela y le encantaba que fuéramos de paseo al Centro Histórico; era toda una excursión (siempre, casi, he vivido al sur del D.F.) y al llegar siempre era como la primera vez: la visión de un mundo maravilloso. Caminábamos desde 20 de noviembre hasta la Alameda; recorríamos todo -incluida una antiquísima perfumería que estaba (o está) sobre Tacuba y donde mi abuela compraba menjurjes- y al final, después de caminar tanto parábamos en el Sanborn's de los Azujelos. Yo comía medio melón con nieve de limón; mi abuela café con algún pan o enchiladas suizas. Y yo me perdía admirando los murales, la bellísima construcción, los techos con vigas de madera oscura. Cómo me gustaba ese lugar¡

Gracias por traerme de regreso mis paseos infantiles, Bichito.

malbicho dijo...

sabes que las enchiladas suizas no son las clásicas del sangron´s, sino las que están sobre una cama de salsa de tomate (jitomate), sin picante y con queso blanco encima, emulando los colores de la bandera suiza?, cuando yo era niña las comía así -y me daba la ilusión de que comía platillos de "mayores"-, pero ahora el "efecto sanborn´s" ha propagado su versión de enchiladas suizas como las originales, en todas partes te las dan bañadas con salsa verde y su sábana de queso (saben ricas, eso que ni qué)

tus recuerdos de niña siempre parecen los más gratos, marichuy, a mí no me gustan los sanborn´s, pero éste sí, el edificio es espléndido (y hasta eso, el servicio no fue tan malo como en otros)

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