Entre Mar y Arena

Él es el mar. No sólo por la forma en que lo contemplo en sus ojos. No nada más por que me envuelve hasta la cintura antes de dejarme ir.

No nada más por la prisa con que me alcanza cuando huyo de él.

O por la fuerza con que me embiste, desequilibrándome. O por todas esas veces que me ha sacado a flote.

Tampoco sólo por su canto evanescente, por esa voz que me devuelve a las olas cuando está en calma, o a la tormenta que se anuncia en su mirada.

No es tampoco por esa bravura con que se defiende en un romper de olas, ni con ese arrullo con que me tranquiliza cuando me acuna en sus aguas.

No por la brisa que trae a mis días, no por la intensidad de su oleaje a mis noches, no por el respeto a su ira. No por la densidad de su alma.

Ni por la profundidad de sus palabras.

Es por la marea.

Por como va y viene. Y me besa. Me inunda. Y se aleja.

Y regresa.

Y se vuelve a ir.

Imágenes de Andrés Amador