Los latinos somos hablantes por naturaleza. Nos gusta jugar con la palabra, sacarla, esconderla, enredarla, sentarnos en ella, patearla y aplastarla. Somos degustadores del lenguaje, hablando nos recreamos.
Somos lingüísticos hasta por los codos y aunque practiquemos el mutismo a veces, siempre tenemos algo que decir. El lenguaje humano es invariablemente intencional, es decir, persigue un fin, hay una motivación subyacente que nos impulsa a comentar alguna cosa sobre algo o alguien.
Nos gusta conversar. No importa de qué ni cómo, nos place esa doble mirada en la que podemos ser dos, sin dejar de ser uno. Todo diálogo implica complicidad, porque además de discursivo es afectivo. No solo expresamos sonidos, sino que manifestamos ideas personales, estados internos, secretos. No podemos reducir el ser que habla a un mero comunicador de boletines de prensa.
Conversar es el acto humano por excelencia, porque validamos al otro en la convivencia, lo reconocemos como un igual que merece ser atendido y escuchado. Conversar es siempre de ida y vuelta o sea, no es un monólogo, ni dos monólogos recogidos, ni tres, ni rumor ni murmullo, es una construcción del “lenguaje”, como dice el filósofo Maturana, donde fabricamos una realidad que nos abarca e incluso nos define.
La mala noticia es que ya no conversamos como antes. Ahora pasamos de largo, el saludo es una mueca, un mal necesario cuando ya no podemos esquivar al vecino. Tratamos de escapar a los encuentros, nos ocultamos del prójimo y nos molestan los desconocidos. Somos tan selectivos que nos estamos quedando solos. Es que no nacimos para estar callados. Por eso es que el silencio enferma y deshumaniza.
Vale la pena recordar las palabras de Fernando Pessoa, en el Libro del desasosiego, cuando se refiere al “palabrear”: “Me gusta decir. Diré mejor: me gusta palabrear. Las palabras son para mí cuerpos tocables, sirenas visibles, sensualidades incorporadas”.
Agradezco el material y la sugerencia del artículo a Max Pineda, Comunicador.
4 ideas en tránsito:
Excelente artículo. Es increíble cómo hemos perdido poco a poco la capacidad de conversar. Hablamos mucho, pero conversamos poco, porque la conversación lleva implícito el pensamiento, la reflexión y hasta la entrega mutua, como dice el texto.
Me ha encantado. Pondré el texto en un rinconcito especial de mi memoria, a ver si no se escapa. Je, je
¿Concversar? ¿que es eso?
Si tengo que mejorar bastante en mi capacidad de escuchar, porqeu de que me suelto hablar establezco mi monologo y luego ya ni yo me aguanto
yo soy muy buena escucha, y también soy muy buena emisora... lo que no sé hacer bien es combinar ambas cualidades en la misma ocasión -je-
o me dejo anular o me convierto en una dictadora de la palabra (tengo que trabajar más en eso)
Hablando de conversaciones, lenguajes y demás accesorios, creo que por fin resolví el Código Facundo.
Muchos se quejan de que ahora los chavos sólo saben dos palabras: wey y caón, pero hasta el momento nadie entiende cómo hacen para comunicarse con sólo eso.
Yo ya lo descubrí. ¡Es binario, es binario!.
"Wey, wey, wey... caoooón wey!, caooooooón!".
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