viernes, 28 de septiembre de 2012

La Consumación de la Independencia... y su Rostro Femenino: La "Güera" Rodríguez


La Independencia de México fue un proceso que se definió en cuatro etapas muy marcadas. La que todos tenemos presente fue la de inicio, con el cura Hidalgo al frente, tanto de los conspiradores amedrentados (aquí contamos ya como fue él quien, acompañando sus palabras de espumosos chocolates, convenciera a Allende y Aldama de levantarse en armas esa misma madrugada del 16 de septiembre de 1810, ante la evidencia de que la conspiración insurgente había sido descubierta), como de las masas inyectadas de indignación contra el vasallaje impuesto por los españoles ("Mírense las caras hambrientas, los harapos, la triste condición en la que viven", le dijo a la multitud reunida por el tañir de las campanas, antes de lanzar su famoso Grito de Indepedencia). Esta etapa terminó con su captura y muerte (tras varias importantes derrotas), junto con la de Aldama y Allende, y sus cabezas exhibidas en la Alhóndiga de Granaditas.

Está también la etapa que encabezó Morelos, que demostró gran eficacia estratégica, esta etapa es la considerada más brillante de la Guerra de Independencia, sumando al movimiento la mayor parte de los  pueblos de los estados (entonces llamados intendencias) Michoacán, Guerrero, Puebla, Oaxaca y México, además de establecer un Congreso y redactar la Primera Carta Magna. De Morelos también hablamos aquí ya, conmemorando tanto el aniversario de su nacimiento como la abolición de la esclavitud que decretó. En ese post recordamos los dos grandes aportes de Morelos a la causa independentista: el concepto y la exigencia de la independencia de América de toda nación, y de la equidad social.

La tercera etapa se extiende dolorosa y penosamente durante varios años, con liderazgos importantes pero truncados por las fuerzas realistas, como el de Manuel Mier y Terán, y el del español Javier Mina que vino a defender la causa independentista en congruencia con su defensa a la Constitución de Cádiz.

Vicente Guerrero continuaba combatiendo desde 1810, y en 1820 seguía defendiendo su territorio exitosamente, siendo el mayor contrincante que tenía el ejército realista. Fue en ese tiempo que se gestó la conspiración de la Casa de La Profesa, tras la crisis de gobernabilidad en la Nueva España después de que el rey Fernando VII jurara la Constitución de Cádiz. Los conspiradores, con el apoyo del Virrey, acudieron con Agustín de Iturbide como el jefe militar que necesitaban para la tarea de acabar con las fuerzas independentistas... o atraerlas hacia su causa.

En esta última etapa, no sin recelos iniciales, Guerrero acepta un consenso con Iturbide, a quien convence de que la lucha por la Independencia es la más noble de las causas. Hay historiadores que no reconocen la entrevista y "el abrazo de Acatempan" como reales, sin embargo, sí está fuera de toda duda el Proyecto de Plan de Independencia de la Nueva España que Iturbide propone y Guerrero acepta, a este proyecto se le conoce como el Plan de Iguala, también Guerrero reconoce a Iturbide como Primer Jefe del Ejército Nacional. Iturbide negocia con autoridades militares y eclesiásticas, afronta las acusaciones de traición del Virrey, y retiene la lealtad de los jefes militares, promoviendo el proyecto de Independencia. Ya como Primer Jefe del Ejército Trigarante, recorre varios intendencias sumando aliados que reconozcan y apoyen el Plan de Iguala, para finalmente entrevistarse con Don Juan O´donojú, quien llegaba a Veracruz para jurar como el último Virrey de la Nueva España, y quien acordó ratificar el Plan de Iguala para que se reconociera a la Nueva España como Nación Soberana e Independiente.



Ya firmado los Tratados de Córdoba, y con más de 30 000 soldados del ejército realista unidos al Ejército de las Tres Garantías, Agustín de Iturbide preparó la entrada triunfal a la Ciudad de México para el 27 de septiembre del año 1921, once años y once días después de que Hidalgo adelantara el inicio de la Guerra de Independencia, para anunciar su término exitoso.



Tenemos una entrada detallando ese paso triunfal de las fuerzas trigarantes, con ilustrativas imágenes pictóricas, entre las cuales está la del arco construido para enmarcar la ceremonia de entrega de llaves, arco construido sobre la calle que hoy conocemos como el paseo peatonal de la calle de Madero, y es una anécdota muy difundida, que el Ejército Trigarante pasó por esa calle para pasar frente al balcón de la casa de María Ignacia Rodríguez de Velasco Osorio y Barba, hija del Corregidor de la Ciudad de México, y entregarle una rosa. Era una verdad conocida que la hermosa mujer y el futuro emperador, tenían una relación sentimental. A Doña María Ignacia, miembro de la alta sociedad de la Nueva España, por su cercanía con la Corte de los Virreyes, se le conocía como La Güera Rodríguez, mote con que ha pasado a la historia de nuestro país.

Considerada la primera mujer mexicana en ejercer el poder, la influencia de La Güera Rodríguez en la política de su tiempo -y en la historia del país-, es tal, que a su poder de convencimiento se le atribuye que el país haya logrado su independencia sin mayor derramamiento de sangre (fueron muy pocas y muy menores las resistencias armadas), pues se dice que fue a instancias de ella que se eligió a Iturbide para negociar con Guerrero, y quien además lo convenció de buscar un consenso pacífico y abrazar la causa insurgente.

Partidaria de la lucha independentista desde su inicio, La Güera incluso se enfrentó ante tribunal de la Santa Inquisición, respondiendo por las acusaciones de herejía, por haber “mantenido trato con el cura renegado, apóstata y excomulgado de Dolores, un tal Miguel Hidalgo y Costilla, en voz del inquisidor Juan Sáenz de Mañozca, quien agregó su conocida y amoral inclinación al adulterio, a la mancebía y a la bigamia”. De esta acusación salió librada (siendo de las pocas personas en lograrlo) gracias a su "claridosa" y directa forma de hablar, revirtiendo la acusación al inquisidor, cuestionándolo cómo le hablaba de moralidad cuando él tenía una relación de sodomía con un jovencito de no más de 16 años, novicio en el convento de San Francisco. La acusación fue retirada al no poderse comprobar, aunque seguramente esa no fue la única razón por la que la Santa Inquisición decidió dejar en paz a la temperamental mujer, pues se asegura que conocía más secretos sexuales de los personajes más poderosos, así que sólo fue amonestada y exiliada a otra ciudad.

De su agudeza verbal e influencia da fe el mismo Guillermo Prieto, al decir: "La Güera no sólo fue notable por su hermosura, sino por su ingenio y por el lugar que ocupó en la alta sociedad".

No es raro que simpatizara con la causa independentista, ella misma, en su vida personal, era una mujer insurgente, combativa, independiente y libertaria. De las primeras en conseguir su divorcio (se le concedió cuando su primer marido le disparó presa de la indignación y los celos ante su conducta mundana), su vida social y su personalidad siempre levantaron murmuraciones en la rígida sociedad novohispana, aunque a ella no parecían afectarle gran cosa, al contrario, quizá disfrutaba con provocarlas. Ejemplo de ello su decisión de parir con la ventana abierta, para probar a los incrédulos que su marido octagenario (el segundo) la había embarazado.

Aunque más que sus maridos, son sus amantes los más recordados, por notables, entre ellos, un muy joven Simón Bolívar recién desembarcado en la Nueva España, y al que se dice enseñó a amar, y un muy respetable Alexander Von Humboldt, quien quedó prendado de ella por las mismas razones que describió Guillermo Prieto.

De su amistad tan cercana e íntima con el Barón de Humboldt se desprende la siguiente anécdota: durante la presentación de la estatua ecuestre de Carlos IV, hecha por Manuel Tolsá (aquí ya hablamos del gran artista y de los trotes de su "Caballito") ante lo más granado de la sociedad novohispana, La Güera Rodríguez comentó en voz alta rompiendo el silencio admirativo: “Maestro, los testículos del caballo son iguales y según mi conocimiento, tanto hombres como bestias, tienen uno más grande que otro”, a lo que Humboldt agregó: “Hágale caso, que esta mujer es experta en esos asuntos”.

Lo que también dijo Humboldt de ella, fue que era la mujer más hermosa del mundo (y siendo de los investigadores naturalistas más prestigiados y conocedores del mundo, en ese tiempo, habrá que creerle). Y fue el mismo Manuel Tolsá el que -se dice- preservó la belleza de La Güera Rodríguez para la posteridad, pues se asegura se inspiró en su rostro para hacer el de la imagen de la Virgen de La Profesa, de la iglesia del mismo nombre.



No hay una certeza de que las pinturas que se atribuyen a su imagen, lo sean realmente, aunque de la pintura anterior, realizada entre 1800 y 1830, se asegura hay una denuncia ante el Tribunal de la Inquisición, hecha por el Conde Santa María de Guadalupe del Peñasco, de que La Güera Rodríguez quería que se le pintara con los "pechos de fuera".

Sin embargo, si bien no hay evidencias visuales cien por ciento fidedignas, sí están las palabras del cronista Artemio de Valle Arízpide:

“Por donde iba doña María Ignacia alzaba in­citaciones, pues no era posible de ninguna manera que pasase inadvertida para nadie su muy gentil presen­cia, así fuese en la iglesia como en el paseo; por más aglomeración de gente que hubiera, ella sobresalía. Entre millares se diferenciaba. Echábase de ver y des­cubría. Era dechado de toda beldad, pues su belleza tenía excelencia, no como quiera, sino absoluta. Era telenda la Güera Rodríguez, es decir, viva, airosa, ga­llarda. Llevaba todo el rostro siempre lleno de son­risas y siempre, también, andaba compuesta como una novia, con refulgencias de joyas y rumorosa de seda, la más fina".

El 28 de septiembre, un día después de que el desfile triunfal del Ejército Trigarante se detuviera frente al balcón de La Güera Rodríguez, se redactó el Acta de Independencia del Imperio Mexicano, y se elegía a Agustín de Iturbide como Presidente de la Regencia para su gobierno.

Terminaban así 300 años de la colonialización española.

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