jueves, 26 de febrero de 2009

Dossier: CARNAVAL. CATÁRSIS HEDONISTA.

"Cruza del barco hasta el coche
la serpentina nerviosa y fina,
como un pintoresco broche
sobre la noche del Carnaval"

Tango Siga el Corso

Fam. Sánchez Pérez. Carnaval de Jeréz
Alrededor del mundo, una fiesta unifica el espíritu de liberación del ser humano. Previo al período de meditación y reflexión espiritual e intimista que la tradición católica delimita con la Cuaresma, está permitido el desfogue de los sentidos. Originalmente parecía la necesidad de comer toda la carne, la mantequilla, los huevos y otros productos animales antes del inicio del ayuno. Pero, quizá por su origen pagano, se extendió a la bebida y al placer sexual, pero también al baile, a la risa, al bullicio, a la camaradería, a la broma, a la burla y a la alegría sin preocupaciones. A la locura imaginativa. Al ocultamiento de las tribulaciones cotidianas tras una máscara, un disfraz o una vestimenta colorida y fantasiosa.

Catártica, la fiesta del carnaval libera de la represión sexual y ascetismo moral de la tradición religiosa, pero también ofrece una limpieza profunda de nuestras casas y nuestras almas.

Para los romanos, el mes de febrero era de limpieza (también para los musulmanes el Ramadán empieza con una limpieza general); una vez al año, era obligatorio sacar todo lo que había en la casa, limpiar y desinfectar con cal los colchones, y salir a bailar en las carrozas navales de los dioses, mientras ellos realizaban su inspección en cada casa.

Ya en el inicio de los carnavales católicos, era menester disfrazarse con la ropa vieja, propia o ajena, que se encontraba en los baúles después de la limpieza anual. La escoba es todavía protagonista en algunos carnavales, en los que se considera de buen augurio tenerla como pareja de baile.
Habría que situarnos en esas épocas en que la falta de higiene podía propiciar verdaderas masacres, para entender lo necesaria que eran esas depuraciones, y el significado festivo de ese rito de limpieza. Era una celebración de la vida.

La limpieza incluía vaciar el interior de malos sentimientos hacia los demás: envidias, rencores, resentimientos y vibras negativas. Por medio del juego, se aprovechaba para una revancha lúdica hacia los vecinos arrojándoles los trastos viejos que salían de esas limpiezas generales. La rivalidad se resolvía en competencias que en la actualidad han tomado forma en concursos de baile, carreras, cuadrillas, canto. Y es común enterarse de los festejos en varias poblaciones en las que se arrojan unos a otros jitomates, naranjas, "bombas" de agua.

Y se necesitaba, además, ventilar el espíritu, sanear el alma, emigrar a otros hábitos y conductas, cambiar de personalidad ocultando la propia tras una máscara, escondiéndola tras un antifaz.

Ese anonimato, esa liberación incógnita, ha permitido que el carnaval sea también una fiesta de excesos, una búsqueda frenética de placeres que permita perderse antes de encontrarse en la expiación de la solemnidad litúrgica.

1 ideas en tránsito:

Aurore Dupin dijo...

Vivo en un carnaval mediático con cuaresma interna. Llevo la procesión por dentro, como debe ser.

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