jueves, 12 de febrero de 2009

Dossier. EL AMOR. PRINCIPIO Y FIN.

Carne de la palabra. Carne del silencio. Mi paz, mi ira. Boca. Tu boca enmudece mi boca.
Caetano Veloso.

Su rostro destacó entre un mar de gente; su voz se quedó tatuada en tu memoria; no podrías describir su olor, era algo que te recordaba al horizonte, a la brisa tibia entre un mar de flores. Y su sonrisa era como un amanecer. De repente, a su lado, entendiste que tu búsqueda había terminado.
¿Por qué nos enamoramos de una persona en particular?
Dicen los que saben, después de exhaustivas investigaciones psicológicas (teoría de correspondencia), que encontramos la pareja que creemos merecer. Desde antes de conocerla nos hemos formado un mapa mental, un molde muy complejo de enredados circuitos neuronales que nos harán identificarla, en donde juegan un papel trascendente los recuerdos -conscientes e inconscientes- de nuestros primeros años. Son las asociaciones con familiares, amigos, ambiente, experiencias y hechos fortuitos entre los 5 y 8 años, los que dibujan los rasgos esenciales de la persona que elegiremos amar. Persona con una historia similar a la nuestra, con afinidades intelectuales, sociales y culturales.
También hay quien sostiene la teoría de que buscamos lo que anhelamos, o lo que tenemos pero no reconocemos, entonces la persona funciona como un espejo aspiracional.
Los biólogos dicen que encontramos la pareja según la compatibilidad genética, instintivamente buscamos la perpetuidad de la especie. Y por supuesto, sin contradecirse con ninguna de las anteriores, están las famosísimas feromonas, esas sustancias que secretan las axilas, los pezones, las ingles y el derredor de los labios, y que nuestro órgano veromonasal (independiente del olfato) identifica como compatibles a las nuestras. Ese aroma comienza a inquietarnos de una forma que no registramos racionalmente, instintivamente buscamos el origen de nuestra inquietud nasal, de esa forma, al tiempo que la proximidad corporal se reduce, los ojos chocan con la persona, se produce el contacto visual junto con una descarga eléctrica que pone al cerebro en situación de alerta máxima, segregando el coctel de las sustancias responsables de ese período de feliz violencia.
Aunque se asegura que el amor nace de la vista, el condicionamiento socio-cultural hace que la atracción visual se dé por criterios subjetivos, por lo que también es un conjunto de factores sensoriales, como el olfato, el habla y el tacto.
Al inicio del proceso de atracción, la primera capa de la parte frontal de la corteza cerebral, que es donde se generan las decisiones, resuelve si se corre el riesgo o no de enamorarse de la persona.
De no hacerlo, se toman los mecanismos necesarios para evitar el atractivo, pero si es al contrario, se inicia el intercambio químico, liberando las sustancias que resultan en la adicción por esa persona, y que es tan fuerte como los impulsos de ingerir alimentos o saciar la sed. Aunque estos compuestos (feniletilamina, dopamina y oxitocina) son comunes en el organismo, la combinación de ellos sólo se encuentran juntas durante la etapa de la conquista. Y esta pasión romántica es más fuerte, incluso, que el deseo sexual. Por ello sentirse correspondido lleva a la euforia, y no serlo, a la más abismal depresión.
Pese a la percepción popular, los hombres son tan apasionados como las mujeres, e incluso se enamoran más rápida y más fácilmente. Ellos sí son más receptivos a los estímulos visuales, eso da sentido a que las mujeres destinen un mayor esfuerzo a agradarlos físicamente, y que industrias, como la pornografía, se enfoquen mayoritariamente a ellos.
El proceso, según los especialistas, puede variar de uno a cuatro años, máximo (de acuerdo a los receptores cerebrales para recibir la oxitocina).
Después sigue cuando el cerebro se desenamora, liberando mayores cantidades de oxitocina, la hormona del apego. No es posible sentir la atracción de la pasión romántica y el apego al mismo tiempo, pues las estructuras cerebrales son distintas, aunque el deseo sexual sí es compatible con ambos. En esta etapa de amor sosegado, seguro, cómodo y pacífico, se produce otra irrigación química, esta vez de endorfinas, que tienen un efecto narcotizante, adictivo.
Si se establecieron bases con las emociones y los sentimientos para que el proceso no sólo fuera químico, la pareja se instalará en una fase de pertenencia, considerada por especialistas, y por casi todo mundo, como el verdadero amor.
La buena noticia es que los sentimientos y emociones sí tienen un poder estimulante sobre la alquima sexual, es decir, la fase de apego no tiene que estar desprovista de sensaciones placenteras y reacciones físicas agradables que compartir.
Si por el contrario, la relación no estaba sustentada en aspectos mecanismos socioculturales (convivencia, proyectos comunes, afinidades mutas, costumbre), cuando el organismo se va haciendo resistentes a los efectos de la atracción bioquímia, la pareja se sentirá menos enamorada, dando paso a sensaciones como la frustración, la insatisfacción, el resentimiento, y orillando a la separación.
Una de las peores experiencias emocionales que una persona puede sentir es el desamor. Es cuando, establecida la codependencia química y afectiva, al producirse la separación se vive ese terrible período de abstinencia, pues hace falta la dosis diaria de químicos que la presencia de la pareja nos daba. Y entre mayor sea la persona, peor se afronta, pues durante el duelo se recuerdan todas las cosas que se han perdido a lo largo de la vida. En el proceso químico, el hipotálamo cerebral segrega corticotropina, conocida también como la hormona del miedo, dado su efecto de producir una angustia mortal, temporal y breve (aún cuando parezca que se sufre durante toda una eternidad), que alterna la excitación con la desesperanza. Acostumbrado a las sustancias, el encéfalo espera una nueva persona que vuelva a activar el proceso de atracción y pasión romántica, estado del que necesariamente se volverá a salir, pues el cerebro no resistiría el desgaste de esta explosión por más de tres meses, y se dice que, en la vida, se presenta de dos a cuatro veces. Es decir, aún cuando el desamor puede sufrirse tan intensamente que juremos no volvernos a enamorar, todo el organismo está comploteando en nuestra contra.
Habría que racionalizar que, dado que el amor significa también la pérdida de la libertad y la dependencia hacia una persona, el desamor, prácticamente, nos libera. Pero eso, es un tema que da para todo un blog.

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