De Pérdidas Virtuales y Otras Situaciones Bizarras

El fin de una amistad es siempre una pérdida. Y siempre es causa de duelo, aún cuando se termine en las peores condiciones, con la ira desbordando, con insultos incluídos y maldiciones a generaciones posteriores. Pero cuando pierdes una amistad con la que nunca cruzaste palabra, con las que no intercambiaste sonrisas ni conociste jamás su voz, aún cuando te dedicó frases de aliento y consuelo, el duelo es más raro, diferente de sobrellevar.

La pregunta "¿Y por qué me afecta tanto?" salta necia entre la falta de sueño o la sorpresa de encontrarse ligeramente irascible. "Si en realidad nunca lo conocí" dice una voz interna. Debiera ser más fácil, sobretodo cuando no hubo ni una palabra a manera de explicación, ni una respuesta a la duda de qué se hizo mal o a qué se debió el distanciamiento. Uno queda ajeno al problema pero no al conflicto. Sospechas. Elucubraciones. "Debió ser esto" o "tal vez se malinterpretó que dijera...". Pero la sensación de haber sido víctima de una broma queda ahí, impertinente. Finalmente, no fui yo la que inició el contacto. Nunca soy yo, debo decir. En realidad no tengo la necesidad de iniciar un trato más directo que el comentario en una entrada. Eso no significa que no agradezca que se den los encuentros virtuales: encontrar la sorpresa de un mensaje en la bandeja de entrada, de alguien con la intención de saber un poco más que lo que el nick deja entrever, siempre ha sido bienvenida de mi parte.

Pero me intriga por qué alguien que inició el contacto dando muestras de interés y de buena disposición, de un momento a otro, y sin ninguna explicación, lo interrumpa sin un motivo evidente, cortando toda posibilidad de continuar la comunicación, y de alimentar la relación amistosa que se esforzaron en comenzar.

Y una que es medio bruta, que no se anticipa a la volubilidad y al cambio de humor drástico, no se opuso a generar la simpatía, la empatía, el afecto y la estima... quedándose con todo eso en las manos, sin saber donde dejarlo.

¿Dónde pongo lo hallado?, canta Silvio Rodríguez.

Y como, encima de todo, la relación fue virtual, sin ningún otro conducto que las letras en un monitor, entonces el duelo se antoja ridículo. "¿Por qué me afecta tanto?", se vuelve uno a preguntar. Pero es verdad, me afecta de una forma tan real como el apego que se llegó a tener al nick y al avatar; y queda uno con la tristeza adelantada de cuando se desaparezcan también los otros nicks apreciados: marichuy, jota pe, Educavent... ¿se irán también así, sin decir nada?, ¿será mejor no dejar que siga creciendo la simpatía por las dos Ana´s?, ¿el gusto por las tertulias en casa de Lastresyuncuarto?, ¿la admiración por Aurore?, ¿el intercambio epistolar o con mensajes inmediatos con quienes ya hay contacto más directo?, ¿el agrado por los amigos nuevos que se van incorporando al blog y a las redes sociales?

Luego está esa obligación que se tiene de no dejar que importe tanto, de consolarse diciendo: "Bueno, en realidad no era parte de mi vida". Sin convicción, claro. Sin creerlo realmente. Sin sentirlo. Porque sí era parte de mi vida. De esta vida alterna que se construye con estas nuevas tecnologías. No debería afectarme tanto. Digo, ya llevo práctica perdiendo amigos en Facebook o en seguidores en Twitter. Y no es la primera vez que un confidente virtual me abandona esfumándose repentinamente, sin darme ninguna oportunidad de entender por qué. Quizá por eso sé que la pregunta va a seguir danzando por ahí, entre alguna escena de una película o después de una canción, entre un bocado y otro de flan, entre una sonrisa y otra con los amigos de carne y hueso, esos que sí abrazas, que sí escuchas y que sí te miran. Y que a veces también se van dejándote con la misma orfandad.

¿Dónde pongo lo hallado?