lunes, 2 de marzo de 2009

Una Mujer, Siete Pecados. II

Dejó que le cambiaran el nombre, el cuerpo y la personalidad, desesperada por encajar en el molde de los hacedores de las estrellas. Como a todos, también a ella le impusieron un toque de autenticidad y originalidad. No decepcionó. Su figura atraía miradas, su desparpajo levantaba polémica y las masas imitaban su moda. Vendieron su imagen, su voz, sus ideas y sus lágrimas. Hasta que se le agotó todo. En el proceso perdió dignidad y lucidez. Los coletazos que daba para no morir eran lastimosos. Entonces, para recuperar lo invertido, comercializaron su ridículo. La promocionaron como a aquellos fenómenos de circo: "Pasen a ver a la mujer sin brillo, al árbol hecho leño después de caer... entérese de cómo desobedeció a su creador y en castigo llora lágrimas de pus". Cada detalle sórdido de su envilecida vida detrás de las cámaras, fue grabado con más cámaras traseras. Las masas la repudiaban. Aunque eso no evitaba que compraran todo lo que de ella se vendía. Cada versión resultó rentable. Más y más personajes se sumaban a esa telenovela de la vida real, que se mantenía al aire con los más altos ratings. Los creativos de la empresa exprimían sus cerebros para aumentar nuevos giros a la trama. Uno de esos fue decir que en realidad era una víctima de su propia podredumbre. Basurita que lleva el viento sobrevolando el pantano sin mancharse. Las masas reaccionaron favorablemente. Su juicio y su indulto también se lanzaron a la venta. Y su resurgimiento como blanco fénix fue también un best seller. Ahora ella también capitaliza su propia tragedia. Ha aprendido. Ya no aspira a la independencia sino a la permanencia. Y, por supuesto, al contrato de exclusividad.
Una Mujer, Siete Pecados. I, II, III, IV, V, VI, VII

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