jueves, 5 de marzo de 2009

Una Mujer, Siete Pecados. VI

La levantó del suelo irritándose al sentir como se desmoronaba con la presión de su mano, que sacudió impaciente. Tomó otra que estaba un poco más adelante, pero la soltó enseguida al comprobar que era muy pequeña. Entonces las vió: unos pasos al frente estaban una junto a la otra. La primera era gris con pequeños puntos blancos y suaves bordes redondeados, con la superficie pulida por el beso de la corriente del río. La otra, era angulosa, resquebrajada, puntiaguda, formada por varias capas de irregular contorno, tallada por la erosión constante, labrada por la rabia, afilada por el odio. Cargó una en cada mano calibrando el peso. El de la segunda era el ideal para rasgar el aire. La miró con sonrisa complacida, apretándola. Esperó a que dieran la señal... y la arrojó con fuerza al rostro de la adúltera.


En el código penal iraní se establece que las piedras que deben ser utilizadas en la lapidación, no deben ser ni tan grandes como para matar de un sólo golpe, ni tan pequeñas que no lastimen; que la mujer debe ser enterrada de la cintura para abajo, y que los primeros en lanzar las piedras sean los familiares.
Una Mujer, Siete Pecados. I, II, III, IV, V, VI, VII

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