Los gruesos y acolchonados labios se deformaron con un mohín de disgusto, al escuchar a su hija preguntar quién era la mujer vestida de novia al lado de su papá. Aún más molesto le resultó notar la incredulidad en el rostro infantil, al decirle que la trigueña de aspecto anodino era ella misma. La mirada de la niña de iba de la foto a la cara enmarcada con cabellos rubios, de ojos almendrados de color azul profundo y nariz respingada, más parecida a sus muñecas Barbies que a esa foto nupcial. Lo pómulos sobresalientes, el mentón afilado y las mejillas hundidas, así como las curvas que se acentuaban en el pecho y las caderas eran otras de las notables diferencias.
- Pero, si no eras fea... -dijo, más para sí misma que para su madre-. A pesar de que aún no rebasaba los doce años, intuyó que esa reflexión no tendría eco en la mujer que había lucido con orgullo el resultado de veinticuatro cirugías estéticas.
Apartó el album de fotos y con una sonrisa conciliatoria le insistió para que comiera un poco más, acercándole una cuchara a la boca que se abrió sólo un poco, lo necesario para que resbalara un poco de la sustancia licuada al interior. Afortunadamente, estaba recuperando algo de movimiento en la parte izquierda de su rostro, despúes de que removieran el tejido muerto tras la última liposucción.
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